(fotos: Emanuel Fernández)
Escarbadientes. Son escarbadientes. Ni a un maniquí de ropa de marca bien estrecha le entrarían estas calzas llamativas que afinan aún mas las patas de gacela de los cuatro fantásticos que salen de Recoleta sin escalas hasta el Rosedal para dar unas vueltitas.
Que perdonen el ugandés Maxell Rotich y el keniata Lawrence Cherotich pero acá las miradas se las llevan el keniata Bedan Karoki y el etíope Mosinet Geremew. Y entonces se emprende un viaje a la intimidad de los fondistas más rápidos del año. Las estrellas africanas que el domingo liderarán a los miles de aficionados que correrán el Medio Maratón de Buenos Aires.
Bedan, de sonrisa fácil, y Mosinet, de rulos y a priori hosco, comparten una habitación del segundo piso de un hotel cinco estrellas, pero allí poco vale el orden. «Están todo el tiempo pasándose de cuarto. Parece un hotel de Bariloche con un contingente de egresados«, cuentan con reserva en el lobby. Déjenlos ser libres que de eso saben estos muchachos.
Karoki, de 28 años, es el humano más rápido en un medio maratón de 2018, luego de ganar el 9 de febrero en Ras al-Khaimah, Emiratos Árabes Unidos, con el cuarto mejor tiempo de la historia: 58m42. Sentado en un jardín de invierno, recién bañado, lanza una advertencia: “Mi objetivo es ganar con un buen tiempo. No sé si superaré mi marca, pero si quieren correr rápido, correremos rápido”.
Geremew (26), el maratonista más veloz del año, al ganar el 26 de enero en Dubai con 2h04m00, toma el guante y desafía: “Lo de Dubai me puso feliz por el tiempo que logré y por el dinero (ganó 250 mil dólares). Veremos qué pasa”.
Los atletas Bedan Karoki, Mosinet Geremew, Lawrence Cherotich y Maxell Rotich, en Palermo. Fotos: Emmanuel Fernández
Que los dos fondistas del momento estén en Buenos Aires no puede ni debe pasar inadvertido. Menos aún si encima entre ellos bromean, se cargan y se prenden en las fotos propuestas entre los frondosos troncos de los árboles del Parque 3 de Febrero.
Se les pide ponerse espalda con espalda, pero la seriedad dura lo que dura una de sus zancadas. Entonces se empujan, se golpean y se abrazan para que sus dientes blancos tomen protagonismo.
Espalda con espalda, Mosinet Geremew y Bedan Karoki. Foto: Emmanuel Fernández
Aterrizaron el jueves a la noche luego de un vuelo de 16 horas que conectó Addis Abeba, capital de Etiopía, con Ezeiza, previa escala en Brasil. Llegaron tan arruinados que Mosinet ni cenó, pero peor quedó la keniata Vivian Kiplagat, con la valija vaya uno a saber en qué terminal y sin sus zapatillas para entrenarse. Por eso se perdió el Rosedal. Tranquilos, correrá el domingo porque las zapatillas de competencia las tiene. Sí, son diferentes.mundo
Los dedos de los pies de Karoki son territorio minado. Golpes, uñas machucadas y leves desviaciones se notan de cerca porque el keniata camina en chancletas mientras se sirve una tostada con café en la mesa compartida en el desayunador.
Los demás toman té y jugo de naranja, con bananas de postre. Vivian se llevará cuatro a la habitación, recordándole al habitué de esos menesteres que eso no es robo.
Mosinet Geremew se sirve jugo de naranja en el desayuno previo al entrenamiento. Foto: Emmanuel Fernández
Una pasadita por el baño y a la combi. Son las 8.20 y los peatones miran a los escarbadientes por Recoleta. Los compatriotas Karoki y Cherotich comparten la segunda fila de asientos y, casi en el fondo, Gerinew se despatarra sobre la pana violeta. Los cuatro chusmean el Parque Las Heras por las ventanas, en silencio, hasta llegar a Del Libertador, pasar por el frente de la embajada de Estados Unidos y recalar en el Rosedal.
El etíope Mosinet Geremew descansa en la combi que lo lleva al Rosedal. Foto: Emmanuel Fernández
Nicolás Veliz no puede creer que lo que ve es lo que le prometieron: será el guía del cuarteto africano por Palermo durante los 40 minutos de trote. “Ésta vino de allá y obviamente me la puse”, cuenta sobre la remera de manga larga con la bandera de Kenia del lado del corazón.
Darán dos vueltas cortitas para las cámaras, a un ritmo de 5m15 el kilómetro, y después se mimetizarán con “la” zona donde la patria que corre pisa firme.
“Terminamos a 4m15, pero creo que si seguíamos una hora bajan hasta 3m30 por kilómetro. Su soltura es impresionante. Bah, en realidad al etíope lo noté un poco duro y lo mandé a hacer pasadas”, bromea Veliz cuando todos ven a Geremew dar zancadas largas y veloces durante 100 metros.
Maxell Rotich se entrena con pasadas en Palermo. Foto: Emmanuel Fernández
Se sorprenden con la cantidad de paseadores de perros en el lugar y con algunos de los canes que los siguen a unos metros. Elongan debajo del monumento al poeta ucraniano Taras Shevchenko y toman sorbos de agua mineral recién comprada. Charlan. Se molestan. Y cuando sienten frío enfilan de nuevo para la combi a la que también se sube Clarín.
El almuerzo requiere carbohidratos y por eso las pastas están en sus dietas. Pero hay mucha fruta, especialmente bananas. “Bueno, a mí me gusta la carne”, dice Geremew, el de los 250 mil dólares en el banco. Coinciden en la importancia del tiempo de descanso y cuentan que para ir fuerte el domingo deberán dormir ocho horas. Lo tienen agendado y lo cumplirán.
El etíope de rulos hace rato que abandonó la cara de dormido y parece otra persona. Con un inglés monosilábico, contará que reside en Addis Abeba, que sus hermanos menores de 18 y de 15 también corren, que disfruta su momento en la cumbre y que “la motivación” es lo que mueve a los miles que irán detrás suyo en el medio maratón, como fueron 24 mil atrás en una carrera en su país. Y lo celebra.
“Yo jamás pensé en que sería un atleta profesional tan fuerte”, dice Karoki, quien nació en Gwa Kungu Village, pero terminó la secundaria en Sera, una escuela pública de Japón, porque llevan adelante un plan para educar a jóvenes talentos del mundo mientras fomentan sus destrezas físicas.
Aún vive en el país asiático, aunque le dieron permiso para entrenarse en Kenia desde fines de julio hasta después de correr el Maratón de Chicago, en octubre. “Es una buena idea entrenarte para tener el cuerpo en forma”, afirma como consejo a los aficionados, al tiempo que admite que mientras corre hace cálculos constantes para saber cuándo puede cambiar el ritmo y definir una carrera.
“Desde que te convertís en profesional, correr se convierte en un trabajo”, coinciden Karoki y Geremew sobre algo que no puede ser difícil de entender para alguien informado. Si corren 40 kilómetros diarios, excepto un único turno de 20 en un día del fin de semana, para llegar a entre 800 y 900 kilómetros mensuales, ¿cómo no considerarlo un trabajo?
A enseñárselo y repetírselo entonces hasta el hartazgo al porteño cancherito que ayer a la mañana vio correr a estos cuatro africanos cerca del golf de Palermo y lo único que se le ocurrió gritarles fue: “¡Dale, negro, corré que el domingo te agarro!».
No creo, hermano, porque ellos se lo toman en serio y no quieren sumar seguidores en sus redes haciéndose los vivillos desde la falta de respeto. Son atletas. Son los fondistas más veloces del año. Y es un orgullo que el domingo marquen el camino en el Medio Maratón de Buenos Aires.