Cuando repasamos las campañas de algunas de nuestras grandes figuras atléticas de las décadas del 40 y 50, aparece también el nombre de quién fue su formador técnico y entrenador. Podemos mencionar a nuestros más notables vallistas (Alberto Triulzi, Estanislao Kocourek), el decatleta Enrique Kistenmacher o aquel legendario lanzador de jabalina, Ricardo Heber, entre aquellas figuras. El entrenador se llamaba Stanislaw Petkiewicz, estuvo entre los finalistas olímpicos de 5.000 metros en los Juegos del 28, huyó de la Polonia invadida por los nazis y desarrolló su labor docente en nuestro país. Su vida, de principio a fin, parece de película.
Aún no había cumplido los veinte años cuando estuvo en la elite de los 5.000 en los Juegos de Amsterdam, donde el finés Ville Ritola marcó 14m.38s.0 y consiguió aventajar a su famoso compatriota Paavo Nurmi por tres segundos. Petkiewicz –Stanislav Petkevics, en la lengua de Letonia, su país natal y al que representaba- ocupó el séptimo lugar.
Nurmi, a su vez, fue el campeón de los 10 mil metros batiendo a Ritola y consiguiendo así la novena medalla de oro de su fabulosa campaña olímpica, que había comenzado ocho años antes en Amberes. Leyenda del atletismo mundial, el “finlandés volador” totalizó esos nueve títulos y tres medallas de plata olímpicas en pruebas que iban desde los 1.500 hasta el cross country, siendo –junto a Usain Bolt y Carl Lewis- los atletas más laureados en la historia de los Juegos, a lo que hay que agregar una cifra incalculable de récords, 25 de ellos mundiales.
La performance olímpica de Petkiewicz llamó la atención de la Asociación Atlética de Polonia, que le convenció de trasladarse a Varsovia para estudiar en la Academia de Educación Física y entrenar en el Club Warszawianka, uno de los más fuertes de su comunidad.
Nacido el 7 de noviembre de 1908 en Riga, Petkiewicz venía de una familia de la nobleza letona y sus padres no querían saber nada sobre su pasión por las carreras. Según contó “correr no era popular por entonces. Cuando en invierno estaba entrenando en algún lugar de la carretera, todos los que pasaban tenían algo que decirme y se burlaban de mí, me molestaban insoportablemente».
Después de los Juegos de Amsterdam, aceptó la invitación de Polonia y se trasladó allí. Y comenzó lo que sería un breve, pero feroz duelo, con el ídolo emergente del atletismo de fondo de aquel país, Janusz Kusocinski. Un artículo de Andrzej Krajewski en la Runners World (2017) detalló esa rivalidad, que iba mucho más allá de las pistas: “Toda Polonia se entusiasmó con esa competencia. Era difícil encontrar dos personas más diferentes que Kusocinski y Petkiewicz entre los corredores. ‘Kusy’, nacido el 15 de enero de 1907 en Varsovia, venía de una familia de un funcionario ferroviario y ni siquiera terminó la escuela secundaria. Por otro lado, Petkiewicz parecía destinado a ser una estrella y tenía una educación completa. A la inversa del tímido Kusocinski, a Petkiewicz le gustaba la popularidad, hacía contactos fácilmente con otras personas. Guapo, dotado de una sonrisa encantadora, podría ganarse fácilmente a periodistas y fanáticos del atletismo”.
Se enfrentaron por primera vez en una carrera de 3.000 metros, en el estadio Orla Grochow, y Petkiewicz fue el vencedor. “Por muchas cosas –contó Kusocinski- aquella carrera fue un punto de inflexión. Nunca ocultamos nuestra aversión mutua”.
Estaban en el mismo equipo, pero rara vez entrenaban juntos y sus enfrentamientos, en distancias que iban de los 1.500 a los 5.000 metros, eran feroces.
El gran acontecimiento en el atletismo polaco sucedió un año más tarde, 14 de septiembre de 1929: Paavo Nurmi llegó para una competencia de 3.000 metros. Afectado por una tendinitis –y con la temporada atlética casi perdida, ya que cumplía el servicio militar- Janusz Kusocinski lo vio desde la tribuna. El diario Przeglad Sportowy anunció: “Este fin de semana veremos en Varsovia al mayor fenómeno deportivo del mundo, Paavo Nurmi”. Pero Petkiewicz sacudió al estadio con su victoria ante Nurmi, quien apenas había perdido tres veces (entre centenares de carreras) en pruebas oficiales.
“Mientras corría detrás de Nurmi, miré su espalda, no veía ni oía nada más. Sólo sabía que él iba rápido y debía seguirle el ritmo. Aceleré cuando faltaban 150 metros, sólo vi una camisa blanca al lado y la cinta de llegada enfrente. Lo había vencido. Increíble”, describió Petkiewicz su más grande victoria.
Petkiewicz fue proclamado “Deportista del año” en Polonia e invitado a una gira por el circuito invernal de Estados Unidos, mientras Kusocinski se juramentó volver, pese a todas sus dolencias físicas. Y lo hizo en gran forma durante la temporada de 1930, que culminó con otra visita de Nurmi, esta vez para los 5.000 metros y sin sorpresas. Venció el favorito, Kusocinski bajó el récord nacional a 14m55s6 y Petkiewicz terminó tercero, distante.
Los Juegos Olímpicos de Los Angeles asomaban en el horizonte y Nurmi proyectaba lanzarse al maratón. No fue posible: meses antes, lo declararon “profesional” y tuvo que dejar las competencias atléticas. Lo mismo le sucedió a Petkiewicz. Nunca se supo si hubo un complot y el propio Kusocinski, en sus memorias, sostuvo que “no tuve nada que ver con eso. Como atleta, debía defender a Petkiewicz y preguntarme si realmente se ha reunido suficiente evidencia para demostrar su profesionalismo”.
Aquellos Juegos de Los Angeles marcaron la consagración de nuestro Juan Carlos Zabala en el maratón. Y de Kusocinski en los 10 mil metros donde, por primera vez, no flameó la bandera de Finlandia en el tope.
Con 24 años, Petkiewicz dejaba las pistas con marcas de 3m57s2 en 1.500, 8m.35s.8 en 3.000 y 15m.02s.6 en 5.000, y comenzaba a ejercer como técnico. Uno de sus discípulos más talentosos, Jozef Noji, consiguió vencer en el Campeonato Nacional de 1938 al propio Kusocinski, quien estaba retornando tras otro período de severas lesiones.
El 1 de septiembre de 1939, las hordas nazis invadieron Varsovia, comenzaba la Segunda Guerra Mundial. Kusocinski, enrolado en las filas de la resistencia polaca, fue detenido por la Gestapo y fusilado el 21 de junio de 1940. Hoy, uno de los más tradicionales eventos del atletismo de Polonia lleva su nombre, en merecido homenaje.
Diana Petkiewicz, la hija de Stanislaw, vive en Buenos Aires y nos cuenta: “Mi padre consiguió salir de Varsovia, dos semanas después de la invasión. Llegó a Italia y desde allí se embarcó a la Argentina. Ya conocía el país porque lo había visitado en 1932 y decidió rehacer su vida aquí. Mi mamá tenía pasaporte británico y pudo llegar un tiempo después”.
No hay mayores referencias de esos primeros tiempos en Buenos Aires. “Creo que trabajó en lo que puedo –cuenta Diana- pero lo principal es que aprendió el idioma y revalidó su título en Educación Física”. Ya en su profesión, trabajó en colegios secundarios y en el instituto de Educación Física de San Fernando, y posteriormente en el departamento técnico de uno de nuestros clubes de mayor tradición, Gimnasia y Esgrima. Allí formó a varias de las figuras del atletismo argentino y también estuvo al frente de los equipos nacionales en campeonatos sudamericanos. “La presencia de entrenadores que venían con formación en Europa, como fue el caso de Petkiewicz y poco después de Reidar Soerlie, noruego, permitió un avance técnico, sobre todo en la preparación física, porque venían con conceptos novedosos para la época”, indica Raúl Zabala.
Petkiewicz concretó otros emprendimientos, escribió tres libros sobre preparación técnica y armó un centro deportivo en pleno Centro –gimnasio, piscina- una avanzada de lo que se popularizaría en las últimas décadas. Pero a fines de 1960, un empleado despedido lo asesinó de 14 balazos.
FOTO: largada en Varsovia con Petkiewicz, Kusocinski y Paavo Nurmi.