Producción por MAURICIO CODOCEA / DIARIO CLARIN
-Dale, Facu, entrá en calor.
-¡Pero si ya hace calor, profe!
Facundito apenas hizo los movimientos que debía antes de lanzarse a correr una carrera de 1.800 metros. Por un lado, tenía miedo. Los demás chicos, vestidos casi como profesionales, contrastaban con la humildad de su ropa. Incluso debió correr con una musculosa de River. Justo él, fana de Boca. Además, esa tarde, en San Miguel de Tucumán, los termómetros tocaron los 48 grados centígrados. Estaba cansado. No acostumbraba a sentir esos calores.
Era la primera vez que Facundo Gramajo (14 años) pisaba la capital tucumana. Corrió con las zapatillas que habitualmente usa todos los días: unas de tela, con la suela lisa y la punta de goma. Nunca había competido y, sin embargo, terminó aplastando al mejor mediofondista Sub 15 de la provincia, un jovencito que ya había participado de múltiples campeonatos, entre ellos los Juegos Evita.
Facundo Gramajo, con su ropa prestada, se impone ante los mejores chicos tucumanos de su edad. Foto: Gentileza Pablo Díaz
-¿En ese entelado (sic) tengo que ir a lanzar?
-Sí, Karen. Esa es la jaula.
-No se haga problema, profe: a estas changuitas les voy a ganar a todas.
Karen Cancino en su primera competencia en San Miguel de Tucumán. Foto: Gentileza Pablo Díaz
Karen Cancino (14) tenía un puñado de prácticas encima, pero nunca se había metido en el semicírculo desde el cual los lanzadores arrojan sueños en forma de elemento. Para ella, esas rejas que parecían amenazar su libertad fueron apenas un decorado: ganó la competencia de bala con bastante holgura pese a que vestía sus zapatillas de lona y unos shorts de jean.
Al terminar aquella jornada, los dos fueron llevados junto a sus compañeros por Federico Seery, director de Deporte de Tafí del Valle, a una de las cadenas de comidas rápidas más conocidas del mundo.
“Fue inolvidable, la frutilla del postre. La pasamos hermoso”, recuerda el funcionario. Para los chicos fue una fiesta: nunca habían probado esas famosas hamburguesas.
Aldana Cruz, Karen Cancino, el entrenador Pablo Díaz, Federico Seery (director de Deporte de Tafí del Valle), Facundo Gramajo y Axel Cancino, el equipo de Tafí del Valle que viajó a competir en San Miguel de Tucumán. Foto: Gentileza Pablo Díaz
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Como el resto de los protagonistas de esta historia, Facundo y Karen, quienes participarán del primer campus en el CeNARD con miras a los Juegos Olímpicos de la Juventud Dakar 2022, pertenecen a la comunidad originaria de los diaguitas y viven en ese pequeño paraíso de menos de cuatro mil habitantes llamado Tafí del Valle, en Tucumán. Ahí, entre los Valles Calchaquíes, a poquito más de 2.000 metros de altura, está empezando a funcionar una suerte de fábrica de keniatas argentinos.
Aldana, Axel, Karen y Facundo en lo alto de un cerro en Las Carreras, a más de 2200 metros de altura. Foto: Rafael Mario Quinteros
El trabajo con estos chicos, que no tenían ningún conocimiento del atletismo, comenzó en la segunda mitad de 2019. Hoy ya se entrenan con un plan específico; muchas veces, en medio de la montaña, como lo hacía Gokú, el protagonista de Dragon Ball, mítico animé y dibujo animado japonés.
En el ambiente deportivo, Horacio Anselmi no necesita presentación. Al mismo tiempo, paradójico como suena, presentarlo es todo un desafío: ha pasado por un sinfín de espacios y ha cosechado éxito en cada uno de ellos. Habrá que intentar resumir: es licenciado en Alto Rendimiento y, como preparador físico, fue parte del cuerpo técnico que ganó la Copa Davis de tenis 2016; trabajó con Juan Martín Del Potro, Gastón Gaudio y Guillermo Coria; con el excampeón mundial de natación José Meolans; con Marcelo Domínguez, ex monarca de boxeo; con Daniela Krukower y Carolina Mariani, campeona y subcampeona mundial de judo, respectivamente; también con Los Pumas y fue coordinador de Deportes Amateurs de Boca Juniors durante 25 años.
Los chicos con su entrenador, Pablo Díaz, en una de las pocas canchitas en las que pueden entrenar. No tienen pista de atletismo y el terreno es irregular. Foto: Rafael Mario Quinteros
Él es la piedra fundamental de todo esto. “Cuando buscás ganar, buscás esqueletos que puedan llevar a cabo ciertas tareas –le explica a Clarín-. En las pruebas de resistencia dominan desde hace años los keniatas, etíopes y otras etnias africanas. Entre ellos, los miembros de la tribu Kalenjin, personas que tienen una adaptación mitocondríaca de generaciones y generaciones en la altura. Tienen las piernas extremadamente largas y hasta un 30% más livianas que las personas de, por ejemplo, Dinamarca; una serie de circunstancias que te hacen más capaz de ganar una carrera”.
“Las voluntades débiles se traducen en discursos; las fuertes, en actos”.
Gustave Le Bon
El alpa puyo (una niebla que baja desde los cerros y en cuestión de minutos ensombrece el paisaje) asoma por detrás de Pablo Díaz, el entrenador local designado para ponerse al frente del proyecto, que es parte del programa de detección de talentos De la escuela al podio, ideado por el propio Anselmi. El profe recuerda aquella jornada de septiembre, más precisamente el Día del Estudiante, cuando se llevaron a cabo las primeras evaluaciones: “Ya entonces vi que algunos chicos rendían más que los de San Miguel. Tenían fuerza natural, velocidad, resistencia. Son chicos curtidos por el frío, el clima, las distancias, los juegos que hacen en las laderas de la montaña… No cualquier pibe tiene esa condición. Y comen sano”.
El entrenador Pablo Díaz viaja unas dos veces por semana desde San Miguel de Tucumán a Tafí del Valle para entrenar a los chicos. Foto: Rafael Mario Quinteros
El biotipo es similar al de los etíopes y keniatas, asegura Díaz, tal como postularon los estudios de Anselmi, basados en una observación informal antropométrica que determinó que la relación más favorable del tronco respecto a las piernas era la de los pueblos diaguitas y quilmes. El entrenador agrega: “El clima acá es similar al de Itén, Kenia, al igual que la altura a la que estamos”. Basta con googlear brevemente algunas fotos de aquel rincón africano para encontrar la similitud de muchos de sus paisajes con el valle tafinisto. Vivir en la altura, por caso, aumenta naturalmente la cantidad de glóbulos rojos, lo que facilita el transporte de oxígeno en el torrente sanguíneo.
La idea en la cabeza de Anselmi encontró el brazo ejecutor en la Fundación Misión Deportiva con el apoyo de la Dirección de Deporte de Tafí del Valle, encabezada por Federico Seery, y la Confederación Argentina de Atletismo. Claro que no bastaba con las buenas intenciones. Para invitar a los chicos a practicar deporte y eventualmente a competir, había que pedirles permiso no sólo a los padres, sino también a los representantes de los pueblos originarios.
Adriana Nofal, presidenta de la Fundación Misión Deportiva que llevó a cabo el proyecto de Horacio Anselmi. Foto: Rafael Mario Quinteros
“Fue muy fuerte el choque cultural que tuvimos –reconoce Adriana Nofal, presidenta de Misión Deportiva-. En los primeros entrenamientos sólo había niños; cuando empezamos a preguntar por qué no había chicas, nos plantearon que el deporte ‘era para hombres’ y que ellas tenían otras tareas asignadas en su vida cotidiana. Para nosotros fue un aprendizaje muy grande sobre su cultura. Los padres nos acompañaron desde un primer momento; por ahí hubo más recelo por parte de algunos caciques”.
Hubo reuniones con los dirigentes originarios en las que la tensión se hizo grande, pero finalmente las charlas llegaron a buen puerto, mucho gracias a la intervención de Darío Abdala, director de Protección de Derechos Humanos de la provincia. Incluso, lograron que les permitieran participar a las nenas. “Y cuando las empezamos a sumar encontramos grandes talentos, no sólo en fondo o medio fondo -que pensábamos sería lo más factible-, sino en lanzamiento”, agrega Nofal.
El cacique Santos Pastrana lleva dos décadas como representante de la comunidad diaguita calchaquí. De hablar veloz y cerrado, vive en una casa cuyas paredes son símil pirca (piedras apiladas una encima de la otra). Lleva una bufanda en forma de Wiphala (la bandera de los pueblos originarios) cuyos colores rompen con el tono crema de su campera de alpaca. “Es bueno que se les dé una chance a nuestros jóvenes porque nosotros no solemos tener esas oportunidades; a veces los municipios tienen otras miradas”, remarca.
El Cacique Santos Pastrana, líder de la comunidad diaguita calchaquí hace dos décadas. Foto: Rafael Mario Quinteros
Y celebra: “Esto es histórico, y que ustedes lo difundan es muy bueno: que a Tafí no se lo conozca por los veraneantes, sino por su gente y sus jóvenes. No quiero que mis chicos terminen haciendo jardín o sean lavacopas. Esto va a ser un orgullo para los dirigentes y para los padres y va a incentivar a los chicos a no tener vergüenza de decir que son originarios”.
“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.
Eduardo Galeano
Cuatro chicos vienen corriendo por el medio de la Ruta Provincial 325. Es comprensible: este de ripio es el mejor –y el único, a decir verdad- sendero por el que desplazarse. Además, tras pasar un par de horas aquí se comprueba que los dedos de ambas manos sobran para contar la cantidad de vehículos que pueden pasar poco después del mediodía por este tramo que une las localidades donde viven los chicos, Santa Cruz y Las Carreras. En la primera de ellas se ubica la escuela a la que asisten, la agrotécnica EMETA, que es también el único recinto en el que disponen de conexión wifi.
Axel Cancino, Facundo Gramajo, Aldana Cruz y su hermana Morena vuelven del colegio al trote. Foto: Rafael Mario Quinteros
Sobre el mismo camino, apenas dos kilómetros más al sur de la entrada a un pequeño vecindario del que ya habrá tiempo de hablar, surge silenciosa una canchita de fútbol. Los ojos de Axel Cancino (14 años) se transforman cuando se oye el pique de una pelota sobre la tierra que predomina en el carril central y las áreas, sectores más transitado del campo de juego. El pibe sale disparado a pegarle de derecha. Pablo Díaz, el entrenador, mira al equipo de Clarín y sonríe.
“Él fue el que más se destacó en las pruebas de velocidad –explica-, aunque hace poco que lo acercamos un poquito más. A veces, en los entrenamientos se ponía a joder porque le encanta el fútbol”. También obtuvo buenas marcas en las evaluaciones de salto en largo, para las que no hay muchas más opciones que entrenarse a la vera del dique La Angostura, en la localidad de El Mollar, ubicado a media hora de distancia y al otro lado del cerro El Pelao, el que desde el centro domina la escena de los valles. ¿La razón? Es el único lugar donde se puede encontrar una porción de arena.
Axel Cancino, velocista que se debate entre el atletismo y el fútbol, su otra pasión. Foto: Rafael Mario Quinteros
El recuerdo de Axel sobre el día que compitió desnuda la limitación de recursos: “Corrí con mis botines de fútbol”. Cuando se entrena, en tanto, lo hace con sus zapatillas de todos los días.
La única de los chicos que tenían una mínima idea de lo que era la competencia deportiva tal como la conoce el mundo era Aldana Cruz (16), una medio fondista que corre desde chiquita. Era la única que había bajado (término usado para referirse al traslado a San Miguel de Tucumán, que está a unos 1.500 metros de altura menos) a competir a la capital y ganó, con lo que se llevó el premio de ir a Mar del Plata.
Aldana Cruz, la única de los chicos que había salido de Tafí del Valle. Desde que se entrena con Pablo Díaz, no sufrió más lesiones. Foto: Rafael Mario Quinteros
La voz dulce de Aldana se entrecorta cuando piensa en los miedos que surgieron tiempo después. Pequeños moretones en los cuádriceps, incertidumbre en forma de dolores y un camino espinoso hasta esta feliz actualidad. “Ella no tenía ninguna formación y hacía lo que creía que estaba bien, entonces muchas veces se sobre exigía”, explica el profe Pablo, que desde que la conoció le armó un plan que convirtió los problemas físicos en un mero recuerdo.
“¡Me dio una emoción cuando bajamos a competir! Estaba todo el día llorando en mi casa. Fue muy lindo, más porque yo representaba…”. El relato de Aldi se detiene porque la emoción le gana a la razón y las lágrimas son inevitables. “Lloraba mucho porque siempre me esforzaba y tenía desgarros en la pierna, y trataba de esforzarme y lograr lo mejor. Ya los dolores que tenía siempre acá -explica, señalándose las costillas- tampoco los tengo más. Me pongo recontenta por todo lo que he logrado hasta el momento”.
El «profe» Pablo y los chicos se divierten en la producción de Clarín. Mantienen una afectuosa relación de respeto. Foto: Rafael Mario Quinteros
Acostumbrada a la inmensidad de los cerros que rodean el valle, las esperanzas de Aldana van en grande: “Lo primero que había pensado cuando arranqué era ganar la medalla en los Juegos Evita, pero también pensé en los Juegos Olímpicos. Cuando vi los de la Juventud decía ‘cómo quisiera estar ahí, debe ser que se siente tan lindo participar en esos Juegos…’”.
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Hora de volver al vecindario que había quedado en el camino.
Un chirrido sale desde el interior del living de la familia Cancino. Ahí, el papá y otros miembros de la familia de Karen (la chica que lanza bala) están trabajando: cortan distintas partes de una res con una sierra de carnicería.
-Las vacas están allá arriba, en el cerro. ¿Quieren que vayamos?- pregunta la jovencita, señalando las alturas.
Fotógrafo, camarógrafo y cronista se miran entre sí.
-Y… Dale, vamos.
Una pequeña parada camino a lo alto de los cerros en Las Carreras, pasando la casa de los abuelos de Karen. Foto: Rafael Mario Quinteros
Durante el recorrido se empiezan a advertir los beneficios de la vida en la altura. En los cuerpos ajenos, claro. Mientras el ascenso se hace cada vez más complejo para uno, que anda por los treinta y pico, a unos metros pasa una de las hermanitas de Karen, que no llega a los 10 años: se divierte en las subidas y bajadas ¡haciendo la medialuna!
Las piedras del corral (chiquero, para estar a tono con el vocabulario local) se asoman al “doblar” en uno de los cerros. El profe Pablo vocifera: “Llegamos a Disney”. Cuando los chicos comienzan a corretear detrás de los animales la frase cobra significado.
En el chiquero, arriba del cerro, Karen intenta enlazar una vaca. Es uno de los mayores divertimentos de los chicos. Foto: Rafael Mario Quinteros
Ver a Karen revolear el lazo hasta atrapar una vaca o un ternero es un espectáculo en sí mismo. Tiene una particular destreza. Si hubiera un jurado de gimnasia artística, la calificación -al menos para el movimiento de la cuerda- sería alta: dibuja parábolas perfectas en el aire. En un momento, engancha un pequeño toro, pero no por las patas –como se debe en función de derribarlo- sino por los cuernos. Deberá soltarlo.
“¿Cómo?”, es el pensamiento que surge de inmediato, aunque no se exteriorice. El encargado del chiquero debe leer el pensamiento, porque enseguida le dice a la chica: “¡Lo vas a tener que llevar adonde estás!”.
Karen Cancino y el origen de su fuerza: lucha sin mayores problemas con terneros de cerca de 100 kilos. Foto: Rafael Mario Quinteros
Entonces, la pequeña Cancino tira. Lleva un brazo hacia atrás y adelanta el otro. Y tira. El animal, que debe pesar al menos 80 kilos, está lógicamente molesto con la situación: se sacude y ofrece resistencia. La chica no se inmuta. Tira, tira y tira, hasta que pone al ternero a su alcance. Lo toma por la cabeza y le quita la soga. Después de presenciar ese acto, suena lógico que haya lanzado una bala a 9 metros cuando la media para una piba de su edad indica que debería llegar a los 7.
Karen logró grandes resultados en lanzamiento de bala. Hasta las pruebas del profesor Díaz jamás había tocado una. Foto: Rafael Mario Quinteros
“Yo nunca había hecho deportes. Enlazaba las vacas, cargaba en cada mano los tachos para bañar a los chanchos o darles de comer. Le hacía a mi papá todo el trabajo pesado porque no quería que lo hiciera él”, cuenta Karen. La genética y la geografía hicieron lo suyo, pero el amor terminó de moldear ese talento. Ahora es cuestión de pulirlo.
Las variantes del atletismo, explica Pablo Díaz, les permitieron a los chicos descubrir que pueden aprovechar sus virtudes de diversas formas. Facundo Gramajo, el más bajito del grupo, lo entendió. “Me gustan más las carreras de larga distancia porque no tengo piernas largas y entonces no soy muy rápido, pero sí tengo resistencia” explica el chico, a quien el entrenador define como “el de mayor potencial”.
Facundo Gramajo es el mejor medio fondista de la camada. Foto: Rafael Mario Quinteros
Cuando los chicos conocieron a Horacio Anselmi, el ideólogo, sus cabecitas volaron pensando lo que podrían lograr. “Nos preguntó si queríamos vivir de esto, y le hemos dicho que sí ahí nomás -agrega Facu-. Nos dijo que la íbamos a romper, nos daba motivación. Y nos explicó que si seguíamos así podíamos llegar a viajar a un montón de lados, al Reino Unido, cosas así”.
Para este medio fondista, el deporte también ha sido una herramienta de conducta, como él mismo reconoce con una llamativa dosis de responsabilidad: “Hasta cuarto año he ido a una escuela en El Rodeo (a apenas un par de kilómetros de la EMETA), pero me portaba mal, era un mal ejemplo para los otros chicos, y me cambiaron a la escuela de Las Carreras. Ahí me puse más firme. Con el tiempo fui conociendo a varios chicos y me empecé a adaptar para que a ellos no se les complicaran las cosas”.
Los chicos posan en lo alto de los cerros con el imponente paisaje tafinisto de fondo. Foto: Rafael Mario Quinteros
“Aquellos que sueñan de día son conscientes de muchas cosas que escapan a los que sueñan sólo de noche”.
Eleonora, de Edgar Allan Poe
A la luz de las primeras semanas de entrenamientos y los primeros atisbos de competencia, todavía se deben superar ciertas barreras. “Los chicos no tienen las mejores condiciones para entrenarse –sentencia el profe Díaz, tajante-. No contamos con un círculo de lanzamiento, no tenemos cajón de (salto en) largo, no hay una pista sintética… Hay que trabajar y armar una infraestructura deportiva para esto que estamos haciendo”. En ese sentido, en Misión Deportiva ya hablaron con Gustavo Zavadivker, arquitecto local que se especializa en proyectos sustentables y ha colaborado, por ejemplo, con la Federación Internacional de Básquetbol (FIBA). Él se encargará de diseñar una pista que, entre otras características, sea removible.
Las zapatillas de Facundo. Son las mismas que usa para su vida diaria y con ellas compitió en San Miguel de Tucumán. Foto: Rafael Mario Quinteros
Al margen de eso, el proyecto, especialmente a partir del material humano, luce prometedor. “Podemos tener una especie de keniata argentino –afirma Díaz-. Me imagino un chico de acá compitiendo en el nivel internacional con personas de esa nacionalidad porque el biotipo es similar. Claro que hay que trabajarlos y guiarlos bien. Pienso también en atletas que vengan a preguntarnos cómo entrenamos, qué hacemos, que investiguen cómo vive un chico tafinisto. Sería un orgullo verlos que sigan en su entorno, entrenándose en su ambiente natural y llegar a verlos en un Panamericano o un Juego Olímpico”.
Atletas y entrenador sueñan con llegar lejos en el atletismo. Foto: Rafael Mario Quinteros
La ilusión llega al cacique Pastrana, que no olvida la pata religiosa y se encomienda a la Madre Tierra: “Ojalá la Pacha acompañe esto. ¡Qué lindo que alguna vez tengamos un representante que digan ‘es de los pueblos originarios, de los Valles Calchaquíes!’”.
Los chicos, por su parte, ya tienen su cábala: un billete de 10 pesos que Facundo se encontró en el pantalón que le prestó su amigo Axel. Se lo puso en la media para correr y ganó. Luego se lo frotó en los pies a Aldana, que también se impuso en su prueba. Más tarde, lo sostuvieron todos de una punta y dos de ellos se ganaron remeras en un sorteo. Hoy lo conserva Axel, firmado con las iniciales de los cuatro. Listo para la próxima vez que salgan a competir. Listo para la próxima vez que salgan a correr o lanzar en busca de sueños que nunca habían soñado.