Por LUIS VINKER
Seis décadas atrás, exactamente, los Juegos Olímpicos retornaron al mismo sitio donde el emperador Teodosio los había prohibido en el año 393 de nuestra era: Roma.
Se inauguraron el 25 de agosto, la fiesta de clausura se celebró el 11 de septiembre, por primera vez se televisó en directo y la organización aprovechó (muy bien) la imponente historia romana para ofrecerla al mundo: las pruebas de gimnasia se realizaban en las Termas de Caracalla, por ejemplo.
Los Juegos de Roma congregaron a de cinco mil deportistas, prefigurando la era del “gigantismo” olímpico. En total, eran 4.738 hombres y sólo 610 mujeres, procedentes de 83 países, y se profundizaba la lucha entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la supremacía en el medallero, instalada desde los Juegos de Helsinki ocho años antes y enmarcadas como otro capítulo de la Guerra Fría.
Roma 1960 fue el punto de partida para uno de los más notables mitos en la historia del deporte: Cassius Clay, quien se consagró campeón de los mediopesados (entre los welters, el triunfador fue Nino Benvenutti). Del equipo campeón de básquet surgieron estrellas como Jerry Lucas y Oscar Robertson, mientras la gimnasta soviética Larissa Latinina, con tres doradas y un total de seis medallas, extendía su cosecha de Melbourne. La pista atlética instalada en el Estadio Olímpico, a pasos del Foro, consagró al mediofondista neocelandés Peter Snell sobre 800 metros y al alemán Armin Hary en el hectómetro, pocas semanas después de haber logrado –fue el primero en hacerlo- el codiciado registro de los 10 segundos. En la misma pista surgía otra leyenda, Wilma Rudolph, quien después de atravesar todas las penurias en la infancia, incluyendo la polio, ahora se proclamaba campeona de los 100 y 200 metros llanos, sumando un tercer título en los relevos. Aquellos Juegos también tuvieron su cuota dramática –y el primer escándalo de dóping- con la muerte del danés Knut Jensen en la prueba de los 100 kilómetros por equipos…
La Argentina envió un centenar de deportistas a Roma, quienes fueron despedidos un mes antes desde la Casa Rosada por el presidente Arturo Frondizi. El seleccionado de fútbol –que incluía nombres como Carlos Salvador Bilardo, Oleniak o el “Toscano” Rendo- no pudo atravesar la primera fase. Pero se lograron dos medallas: una de plata en la clase Dragón de yachting y la otra con el boxeador Abel Laudonio en la categoría liviano.
Sin embargo, parte de las esperanzas argentinas –acaso por tradición- se concentraban en el maratón olímpico. No fue suficiente para el podio, pero la actuación de nuestro trío (Osvaldo Suárez, Walter Lemos, Gumersindo Gómez) fue, a la distancia, positiva. Y eran protagonistas de un momento histórico en su disciplina: el triunfo del etíope Abebe Bikila marcó el despegue africano como el gran dominador en las carreras de largas distancias. Un dominio extendido hasta nuestros días.
El trío argentino
Osvaldo Suárez y Walter Lemos habían protagonizado momentos estelares en las temporadas previas y, a nivel local, carreras inolvidables. Desde 1955 venían moviendo constantemente la tabla de récords en todas las distancias, que iban desde los 2.000 hasta los 30 mil metros. Los duelos entre ellos también constituían un clásico, con predominio de Osvaldo por su técnica y su poderoso sprint final.
Uno de aquellos duelos se dio sobre 10 mil metros de los Campeonatos Nacionales de 1957, el 15 de diciembre en la pista de Gimnasia y Esgrima. Está considerada –junto al Bönnhof/Márquez de los 100 metros llanos del 45- como la más apasionante carrera en la historia de nuestros campeonatos. Suárez había ganado con récord sudamericano de 14m16s6.en los 5.000 en la jornada del sábado, aventajando por más de diez segundos a Lemos. El domingo, en las veinticinco vueltas a la pista, no se dieron tregua: Lemos terminó en 29m.39s.8, igualando su propio tope sudamericano que había conseguido meses antes… pero Suárez volvió a aventajarlo –y a quitarle el récord- por apenas dos décimas…
Suárez y Lemos compartían sesiones de entrenamiento en Parque Domínico, pero representaban a distintos clubes: en aquel momento, Estrella del Sud y Boca, respectivamente.
Ambos habían padecido una injusta exclusión de los Juegos de Melbourne, en 1956, cuando se habían preparado con suficientes méritos para el maratón. Fueron víctimas de la persecución política y del ensañamiento de la llamada “Comisión Investigadora N° 49”, que encabezaron los coroneles Huergo y Bustillo como interventores en la Confederación de Deportes. A pocas semanas de los Juegos, y sin motivo alguno, decidieron suspenderlos a ambos. En el caso de Lemos, argumentaron que “recibió una motoneta” como premio, tras ganar una carrera de 15 kilómetros que se había organizado en homenaje a Perón y que eso vulneraba su condición de “amateur”.
Pese a la amargura que sufrieron ambos por Melbourne, regresaron con todo a las competiciones desde fines de esa misma temporada del 56.
Con los Juegos Olímpicos de Roma en el horizonte, Suárez ya era una gran figura internacional del atletismo de fondo. Sus dos victorias en la Travesía de San Silvestre (diciembre de 1958 y 1959) le habían dado una notable popularidad en nuestro país. A nivel continental era prácticamente imbatible, había logrado tres medallas de oro y otra de plata en los Juegos Panamericanos entre 1955 y 1959, y –escoltado habitualmente por Lemos- dominó los Campeonatos Sudamericanos: tricampeón en 1956 y 1958, desplegándose en 5.000, 10.000 y medio maratón.
Durante su gira europea de 1959, Suárez llevó los récords sudamericanos a 8m12s0 en 3000, 14m11s6 en 5000 y 29m26s0 en 10 mil. Lemos, por su parte, tenía como mejores marcas 8m15s9, 14m26s4 y 29m39s8, respectivamente, todos logrados entre 1956 y 1957.
Osvaldo era el más joven entre nuestros maratonistas olímpicos: había nacido el 17 de marzo de 1934. Lemos, procedente de Sunchales (Santa Fe), carpintero de profesión y empleado en la Corte Suprema de Justicia, nació el 13 de marzo de 1930 y llegó a nuestro deporte después de jugar fútbol en divisiones juveniles. Y Gumersindo Gómez, de Argüello (Córdoba), nació el 13 de enero de 1929.
Durante aquella década de los 50, el atletismo –además de sufrir aquellos embates políticos- también atravesaba por una fuerte división organizativa y se realizaban dos Campeonatos Nacionales: uno correspondiente a la entidad tradicional (Federación Atlética Argentina, con base en la zona metropolitana) y otro, por la recién fundada Confederación Argentina de Atletismo. Fue un conflicto que recién pudo solucionarse a comienzos de los 60 con la unificación.
Mientras Suárez y Lemos brillaban en los Nacionales de la FAA, Gómez apareció en los campeonatos de la CADA, obteniendo su primer título en 1956 con 32m32s0 para los 10 mil metros. Al año siguiente, en Concepción del Uruguay, retuvo el título de esa distancia y escoltó a otro fondista cordobés –Domingo Amaison- en los 1.500 y 5000. Nuevamente Gómez fue campeón en 1958, en Mendoza, donde se llevó los 3.000, 5.000 y 10 mil metros. Y desde ese año también viajó a Buenos Aires para alternar junto a las figuras.
Pero ninguno de los “aspirantes” a Roma tenía mayor experiencia en maratón. Suárez había abordado la distancia muy joven, cuando escoltó a Reinaldo Gorno en Enschede, Holanda (1955) con 2h26m34s y luego consiguió el 5° lugar del maratón de Boston en 1959 con 2h28m24s.
Lemos sí, comenzó a dedicarse al maratón desde 1959 y debutó con un triunfo en la carrera Lacoste-Luisi, por las avenidas porteñas: 2h.32m.54s, el 12 de julio, delante de Armando Pino y Ezequiel Bustamante. Esa actuación lo clasificó para los Juegos Panamericanos de Chicago donde, en una jornada calurosa y en un circuito frecuentemente invadido por los autos, sólo se mantuvo entre los líderes hasta el kilómetro 15. El vencedor fue el local John Kelley, y Lemos –afectado por calambres en los tramos finales- terminó séptimo con 2h49m19s9.
Los preparativos para Roma
Suárez, Lemos y Gómez, junto a otros muy buenos fondistas como Luis Sandobal, Pino o el propio Amaison, que comenzaba a lucir, eran los animadores de las carreras de calle, que tenían un calendario intenso, pero no la masiva participación que conocemos en nuestros días.
La comisión técnica determinó la realización de tres pruebas selectivas de 35 kilómetros con vistas al maratón de Roma, aunque la exigencia sería menor para Suárez: por sus campañas internacionales de las últimas temporadas, tenía el cupo asegurado. Apenas una semana antes del primer selectivo, Suárez ganó un medio maratón en Rosario con 1h04m20s (una marca notable para la época, aunque no hay certificación de la distancia). Lemos lo escoltó con 1h04m58s y Gómez fue tercero con 1h06m22s.
El 21 de mayo, la primera de las carreras selectivas, tuvo como vencedor a Lemos en 1h56m05s, seguido por Gómez y Bustamante. Dos semanas después, se presentó Suárez y venció con 1h56m53s, le escoltó Sandobal con 1h57m18s y Gómez fue tercero con 1h57m59s. Este, finalmente, confirmó su buena forma al marcar 1h57m38s para obtener la última prueba, el 27 de junio, delante de Pino.
La puesta a punto para Roma era dirigida por Alejandro Stirling, el manager personal de Osvaldo y el mismo coach que había llevado a Juan Carlos Zabala a la coronación olímpica en Los Angeles y a Reinaldo Gorno a la medalla de plata en Helsinki.
Llegaron a la sede olímpica con casi un mes de anticipación. En una de las crónicas previas, el enviado especial de Clarín, Héctor Vega, escribió: “Están entrenando sobre césped. Con este clima caluroso, Stirling prefiere que no haya riesgo de ampollas en los pies… Y coinciden que el rival más duro puede ser el soviético Popov”.
Se referían a Sergei Popov, quien había fijado el récord del mundo en 2h.15m.17s., al ganar el Campeonato Europeo en Estocolmo, el 24 de agosto de 1958.
No había otros nombres de referencia (tal vez el británico Arthur Keilly, quien había bajado las 2h20 en dos oportunidades a principios de temporada) y Suárez era mencionado entre los candidatos. El francés Alain Mimoun, defensor del título, estaba lejos de su mejor forma.
Una carrera épica
El maratón, última prueba del programa de aquellos Juegos Olímpicos, se largó a las 17.30 del sábado 10 de septiembre de 1960, con un clima caluroso pero agradable (23,2°C). Eran 69 corredores, procedentes de 65 países, de los cuales catorce presentaban el cupo completo, de tres.
Se trataba de un escenario imponente: el punto de largada estaba junto al Campidoglio, en una de las plazas diseñadas por Miguel Angel y que incluye la estatua del emperador Marco Aurelio. El recorrido del maratón atravesaba los principales puntos históricos de Roma –y también el EUR, de la época de Mussolini- con 11 kilómetros a través de la Via Appia Antica. Al caer la noche, soldados con antorchas iluminaban el paso de los fondistas, mientras multitudes en las calles estaban para vivarlos. A pesar de algún tramo con adoquines, en general fue un recorrido llano, con pocas pendientes.
El británico Keilly y el belga Aurele Vandendriessche marcaron el ritmo de la prueba con 15m35s para los 5 km m y 31m07s para los 10, seguidos por un grupo que incluía a los que serían los grandes protagonistas: un etíope llamado Abebe Bikila, que corría descalzo, y un marroquí, Rhadi Ben-Abdesselem, a quien nadie imaginó tan adelante, ya que había competido, apenas dos días antes, en la final de los 10 mil metros llanos ocupando el 14° puesto.
El lote puntero se mantuvo así al paso de los 15 kilómetros, en 48m02s. Pero tanto Keilly como Vandendriessche fueron declinando y Bikila y Rhadi quedaron como los nombres excluyentes de la carrera, pasando los 20 kilómetros en 1h02m39s, con 26s de ventaja sobre el belga, quien poco después desertó. A la altura del kilómetro 25 aparecieron Popov y el neocelandés Magee, pero distanciados a más de un minuto de los líderes. Y esa ventaja se estiró a dos minutos en el kilómetro 30 (1h34m29s para la dupla puntera).
El paso de los 35 se cronometró en 1h50m27s, con Magee tercero, Popov cuarto,seguido por su compatriota Voroviob.
Todo se decidía entre Bikila y el marroquí. Se cita como un momento simbólico el paso por el kilómetro 40, donde se encontraba el obelisco de Axum, arrebatado por Mussolini durante la invasión fascista a Etiopía de 1936. Afirman que Bikila se decidió a cambiar el ritmo justo allí, aunque difícilmente haya advertido la situación. Lo cierto es que en los últimos 2 km. consiguió despegarse de Rhadi para terminar triunfante bajo el Arco de Constantino, a pasos del Coliseo. “Quería que el mundo supiera que mi país siempre ha ganado con determinación y heroísmo”, afirmó.
La marca final de Bikila -2 horas, 15 minutos, 16 segundos y 2 décimas- bajó el récord mundial de Popov. Rhadi se llevó la medalla de plata con 2h15m41s y el bronce fue para Barry Magee, de Nueva Zelanda, con 2h17m19s. Los soviéticos ocuparon los lugares siguientes: Konstantino Vorobiov con 2h19m09s y Popov con 2h19m19s.
Hoy, estos registros no dicen demasiado. Pero hasta entonces, nunca se había corrido debajo de 2h20m en los Juegos Olímpicos.
El trío argentino partió con una táctica cautelosa, pero al promediar la carrera Suárez pudo acercarse al segundo pelotón. Siempre recordó que, la clave, fue un malestar estomacal hacia el kilómetro 30. “Cedí un poco la marcha, troté y después me sentí mejor, empecé a recuperar”, contó.
Osvaldo Suárez terminó 9° en 2 horas, 21 minutos y 27 segundos (mencionados como 2h21m26s6 en la planilla oficial) que representó el nuevo récord sudamericano. Recién lo podría mejorar el colombiano Alvaro Mejía en 1971, cuando marcó 2h17m23s en el maratón de Burlingame. A nivel nacional, el récord de Suárez tuvo casi dos décadas de vigencia, ya que recién cayó en 1979: Raúl Víctor Llusá, el fondista de San Pedro, marcó 2h21m22s en Mar del Plata.
Para Gumersindo Gómez, el 15° puesto en 2h.23m.00s., también representó una actuación consagratoria, mientras que Lemos quedó 50° con 2h.36m.56s.
Aquella noche, todos los focos se concentraban en Abebe Bikila. Pero tal vez, nadie imaginaba que una nueva era había comenzado: Etiopía, y poco después Kenia, se convertirían en las mayores potencias del atletismo de fondo a nivel mundial.
Los orígenes y la despedida
Aunque en estas cuestiones no hay mayor precisión, la ficha de Bikila indica que nació el 7 de agosto de 1932: es decir, el mismo día en que Juan Carlos Zabala se proclamó campeón olímpico de maratón…
Bikila venía de Jatta, una localidad de las montañas etíopes, donde sus padres eran pastores. De muy joven –a los 17 o 19 años- consiguió ingresar a la Guardia Imperial de Haile Selassie. Y eso significaba, para los que llegaban de la más extrema pobreza, una posibilidad de salida. Jugó fútbol, pero enseguida detectaron sus condiciones atléticas..
Onni Niskanen, un técnico finés que estaba a cargo del programa deportivo del Ministerio de Educación en Etopía, lo llevó para su equipo y le dio los fundamentos atléticos. Meses antes de los Juegos de Roma, Bikila se ganó el pasaporte con un triunfo en un maratón en Addis Abeba donde su marca de 2h23m00s, considerando la altitud de la capital etíope, era para tener en cuenta. También se menciona que Bikila viajaba a los Juegos como “suplente” y que ingresó al maratón por la lesión de Naimi Birayu, pero esto tampoco jamás se confirmó.
Lo cierto es que su triunfo, su récord y su gesto de correr descalzo –por sentirse más cómodo- lo convirtieron en una celebridad en el atletismo. Y un héroe nacional en su país.
En las temporadas siguientes confirmó sus dotes de gran fondista, a lo largo de su campaña oficial acumuló doce triunfos en quince maratones. El más relevante, al retener la corona olímpica en los Juegos de Tokio, en 1964, batiendo nuevamente el récord mundial con 2h12m11s2, esta vez corriendo con zapatillas. Apenas seis semanas antes de los Juegos, le habían operado de apendicitis. Solamente el germano oriental Waldemar Cierpinski (campeón en Montreal 1976 y luego en Moscú 1980) pudo igualar la hazaña de dos victorias consecutivas en el maratón olímpico.
Bikila aún intentaría una tercera, en México, pero tuvo que abandonar en el kilómetro 17. Igualmente, la victoria quedó para uno de sus compatriotas, Mamo Wolde. Un año más tarde, sufrió un grave accidente automovilístico, quedó en silla de ruedas y murió en 1973. “Abebe Bikila hizo que nosotros, los africanos, pensáremos: si él pudo hacerlo, nosotros también”, escribió el más famoso entre sus herederos, Haile Gebrselassie…
Las gestas de corredores etíopes y keniatas se prolongan hasta hoy.
Los argentinos
Osvaldo Suárez volvió a encontrarse con Bikila un año después de los Juegos de Roma, en la carrera San Silvestre. El argentino ya había ganado tres veces consecutivas en las calles paulistas e iba por una cuarta, pero tuvo que abandonar. Bikila, en cambio, consiguió el segundo puesto, detrás del británico Hymans.
El nivel de Osvaldo se mantuvo alto en las pruebas de pista. Pocas semanas después de los Juegos –el 1 de octubre en el estadio de Anoeta, en San Sebastián- marcó 14m.05s. para los 5.000 metros, batiendo nuevamente su récord sudamericano y quedando apenas a 1s. del británico Gordon Pirie, subcampeón olímpico y ex recordman mundial.
De allí viajó a Santiago de Chile, para la primera edición del Iberoamericano, donde en apenas cuatro días se adueñó de los 5.000 metros con 14m29s0, los 5.000 con 30m26s0 y el maratón –sobre 44 kilómetros- en 2h38m23s. Aquí le escoltó Gumersindo Gómez (2h38m33s), quien también logró el quinto lugar en los 10 mil.
Suárez siguió triunfando en Panamericanos, Iberoamericanos y Sudamericanos, pero ya no tendría otra chance olímpica tan clara y, en su último intento de maratón, en los Juegos de Tokio, tuvo que abandonar. Para Gumersindo Gómez, por su parte, su última participación internacional se dio en el Sudamericano de Lima (1961), donde llegó 4° en 10 mil y sexto en el maratón. Se fue alejando del atletismo, al igual que Lemos.
Cada uno de los tres en su nivel, recordados por su entrega y su humildad, fueron auténticos grandes en el atletismo de fondo argentino.
Foto: Osvaldo Suárez, Walter Lemos