Por LUIS VINKER
Estamos transitando días muy tristes. Agobiantes por tanta penuria, tanto dolor, extendido a lo largo del mundo por la pandemia.
Y en el caso específico del atletismo argentino – partícipes y solidarios con lo que ocurre a todos nuestros hermanos- también venimos de golpes muy duros. La muerte de uno de nuestros grandes valores como Braian Toledo, una vida arrancada tan joven en un accidente. Hace pocas semanas, la muerte de uno de nuestros más importantes entrenadores y formadores, Guillermo Chiaraviglio. Y este 2 de abril acaba de fallecer en Miami –donde se había establecido hace varias décadas- don Pedro Cáccamo, uno de los más importantes dirigentes que tuvo el atletismo argentino y que fue el impulsor de sus más relevantes torneos internacionales como el Pierre de Coubertin entre las décadas del 60 y 70, y el inolvidable “Torneo Ciudad de Buenos Aires” entre el 10 y 12 de octubre de 1980, inaugurando allí la pista del CENARD.
Para todos los que pudimos seguir el atletismo a partir de los años 60 en cualquier función –atletas, entrenadores, jueces, dirigentes, colaboradores- el nombre de Cáccamo es una referencia ineludible. Y que se proyectó mucho más allá de la actividad deportiva. Porque, una vez que se estableció en Estados Unidos por motivos personales y a pesar de sus mil y una dificultades, Cáccamo fue el padre, hermano, amigo y tanto más de cuánto argentino del ambiente atlético le visitara, su pequeño departamento era también la casa o refugio de cada uno. Y junto a sus inmensas cualidades humanas, está su labor y su visión, su ímpetu por hacer que mantuvo hasta el final de sus días: es impresionante repasar la obra social y cultural, para la difusión de los valores argentinos, que Cáccamo concretó desde otra de sus creaciones, la Sociedad Argentina en Miami.
Cáccamo tuvo su pasado como atleta, fue velocista en una de los más poderosos conjuntos del ambiente nacional de los 40 y 50, San Lorenzo de Almagro. Participó en varios campeonatos nacionales, alcanzando los títulos con el relevo 4×100 en tres oportunidades consecutivas (1955, 1956 y 1957) y, en el plano individual, el cuarto puesto de los 100 metros.
Después, al frente del Club Sudamérica, llevó adelante el gran torneo internacional “Baron Pierre de Coubertin” del cual el atletismo argentino pudo disfrutar –con un leve paréntesis- desde comienzos de los 60 hasta 1974, a través de once ediciones. Eso permitió que llegaran a nuestras pistas (GEBA o Parque Chacabuco fueron las sedes, con sus pistas de carbonilla) campeones olímpicos y recordistas mundiales, algo prácticamente inimaginable para nosotros en esa época. A la vez, las grandes figuras argentinas de los 60 y 70 –hablemos de los Suárez, Amaison, Dyrzka, Calonge, Fitzner, Steiner, Barrionuevo, Turri, Allocco y tantos más- tenían la oportunidad de competir internacionalmente, algo que –por cuestiones de estructura, finanzas, organización atlética y múltiples causas- era poco usual en nuestras temporadas.
Así vinieron, primero, algunos de los héroes olímpicos alemanes como la discóbola Liesel Westermann (subcampeona en México 68)o los vallistas de 400, Rainer Schubert y Gerhard Hennige (este fue superado por Dyrzka en una recordada carrera en GEBA, en 69 por 51s5 a 53s0). En 1970 recibimos a uno de los más encumbrados fondistas españoles, Javier Alvarez Salgado, así como el francés Pierre Colnar –cuyos 19.38 en bala eran asombrosos en nuestra región- o los también consagrados italianos Erminio Azzaro en alto y Sergio Leani, en vallas.
Después de un paréntesis de dos años, el Pierre de Coubertin volvió con todo en 1973, una verdadera fiesta ante una multitud en Parque Chacabuco, donde el fondista colombiano Víctor Mora se transformó en ídolo de nuestro público. Y en el lanzamiento de jabalina, el campeón olímpico Klaus Wolferman libraba con formidable duelo con otro de los supercampeones de la época, el finés Jorna Kinnuen (medalla en plata en México 68 y luego recordman mundial): éste llegó a 80,80 metros (el alemán quedó en 76,58), registros increíbles en su momento. Un año después, nuevamente en el mismo escenario, se destacaron dos de los grandes mediofondistas italianos –Carlo Grippo y Franco Fava- mientras Tito Steiner batía el récord nacional del decathlon, escoltando al sueco Hedmark.
Pedro Cáccamo era el “alma” de esos torneos, desde su planificación hasta el último detalle. Y no sólo en cuanto a la excelencia atlética, sino también su sueño de convertir al atletismo en un deporte popular, su espíritu de brindarle competencia a nuestros mejores valores. Movilizaba a todos los colaboradores, convencía a las autoridades, a los medios –logró televisación en directo por Canal 7- y aún a los “sponsors”, un término que no existía. Se ocupaba hasta de los trámites en las embajadas y de quebrar, con su ánimo de emprendedor y su voluntad, todas las vallas burocráticas que siempre existieron (y existen). También “negociaba” con las federaciones atléticas de los principales países, para que enviaran sus deportistas. El torneo otorgaba el premio Comité Olímpico Argentino a la mejor performance y el premio Carlos Menditeguy –en homenaje a esa gloria de nuestro deporte- al mejor atleta del país. Para Cáccamo, el torneo era también la oportunidad de establecer los vínculos entre el deporte y la cultura, y cada Pierre de Coubertin era precedido por un concierto de música clásica del más alto nivel (dando lugar también a otra de sus pasiones), inclusive en el Teatro Colón. Uno de los conciertos fue ofrecido por la gran pianista Dora Castro en el San Martín mientras que otro, conducido por el maestro Victorino Serra, fue transmitido por radio hasta los jardines del Luxemburgo en París y a otras salas europeas.
Cáccamo también fue uno de los directivos de la Federación Atlética Metropolitana y encabezó en varias oportunidades a la Selección Argentina en sus compromisos internacionales. Su organización del torneo “Pierre de Coubertin” había sido distinguida por el propio Comité Olímpico Internacional, había recibido la Bendición Apostólica del Papa Paulo VI, la Orden del Atletismo Sudamericano de la Consudatle, el Pabellón Francés donado por la Embajada de ese país y numerosas distinciones de Grecia. También, por su constante prédica de los valores olímpicos, el COI –en su congreso de 1967 en Teherán- le otorgó la Copa “Sir Thomas Fearnley”.
Los convulsionados años 70 en términos políticos y sociales, y su secuela de violencia, terminaron con el “Pierre de Coubertin” y en la mayor amargura personal de Pedro, quien decidió emigrar. A fines de 1975, la organización deportiva nacional copada por el lopezrreguismo, le obligó a cambiar el nombre del evento, que ese año se llamó “Juan Domingo Perón” y se realizó en el Monumental de Núñez, pero prácticamente despoblado. Meses más tarde, Cáccamo se radicó en Miami y allí, con el apoyo de algunos entrañables amigos como el matrimonio de José Dalmastro y Ana María Contenti, ex atletas de su club, pudo rehacer su vida desde un comienzo difícil, en cero.
Pero el atletismo argentino tendría una nueva oportunidad de recibir su espíritu emprendedor. A comienzos de 1980, la gestión de Tito Steiner –el gran valor de la época y que se destacaba en la Brigham Young University, en Utah- permitió financiar una importante competición internacional con motivo de la inauguración de nuestra primera pista sintética. Se trataba del torneo denominado “Ciudad de Buenos Aires” y se armó un equipo organizador con Walter Ditsch, titular de la Sociedad Alemana de Villa Ballester, y con Cáccamo al frente de toda la gestión atlética, llegado especialmente de Miami. Han pasado 40 años y nunca –ni antes ni después, a excepción tal vez de los Juegos Panamericanos- se vio en nuestro suelo semejante desfile de estrellas mundiales del atletismo: vinieron campeones olímpicos y recordistas mundiales como la italiana Sara Simeoni, el estadounidense Edwin Moses (dentro de su ciclo de imbatibilidad en los 400 vallas) y su compatriota y discóbolo Al Oerter (único hombre en la historia, hasta ese momento, en ganar una prueba en cuatro Juegos Olímpicos consecutivos). Estaba lo más selecto de la Argentina y Sudamérica, así como numerosos finalistas olímpicos y medallistas panamericanos, entre los que descolló otro estadounidense, Brian Oldfield, al atravesar los 21 metros en lanzamiento de bala. Estimulados por ese marco, cayeron varios récords nacionales, incluyendo los que el gran Osvaldo Suárez mantenía desde décadas anteriores en los 5.000 y 10.000 metros, por ejemplo.
Fue una fiesta notable, aún con las dificultades de estructura en viajes, alojamientos y organización atlética. Cáccamo soñó con reeditarla un año más tarde –y ya había asegurado la participación de la superestrella atlética de esa época llamada Sebastian Coe- pero otra crisis económica derrumbó los planes. Pedro decidió no insistir más con la organización atlética, que sólo siguió desde ese momento a la lejanía, o ayudando a los argentinos que atravesaban o se radicaban en Miami.
Por razones profesionales, yo tenía la oportunidad de visitarlo con frecuencia y de conocer algunas de sus nuevas inquietudes. Fundamentalmente, su apoyo a todas las manifestaciones culturales. En uno de esos viajes, a mediados del 84 y junto a Gonzalo Bonadeo, Pedro nos invita a la primera exposición de un joven pintor argentino en el Radisson. Se llamaba Helmut Ditsch, el hijo de Walter. Poco después, se convertiría en uno de los más relevantes artistas de nuestro país.
Pero la obra de Pedro Cáccamo fue mucho más allá. Impulso, creó y presidió la Sociedad Argentina en Miami, núcleo de concentración para los compatriotas que habían elegido ese destino. Y veamos los nombres que Pedro convocó para las distintas conferencias, conciertos, actos patrios y actividades múltiples: desde eminencias científicas como René Favaloro hasta escritores como Ernesto Sábato, el ex presidente Raúl Alfonsín, bailarines como Julio Bocca, pintores como Pérez Celis y estrellas de la lírica como el tenor Plácido Domingo. Por allí pasó referentes del folclore (Los Chalchaleros, los Abalos, los Tucu Tucu, los Cuatro de Córdoba), ídolos populares como Palito Ortega, el tango con Mariano Mores, Horacio Salgán, Stampone. Animadores como Pinky, Mareco. La lista es deslumbrante. Era un rincón argentino, para mantener los lazos de los emigrantes y sus familias con el país, con sus fiestas patrias –celebradas puntualmente- y con sus afectos.
A mediados del 2018, el gobierno argentino, a través de la Cancillería, le tributó un “reconocimiento especial por difundir la imagen y los valores de la República, y por su aporte al desarrollo y fortalecimiento de los vínculos entre los miembros de la comunidad argentina en el exterior”. Fue en un acto en el aula magna de la Florida International University. “Nunca hubo alguien con esas cualidades innatas que solo los poseídos tienen”, lo describió allí Tito Steiner.
Nunca olvidaremos a Pedro Cáccamo. Por su obra inmensa en el atletismo. Por su vocación cultural y humanista. Por sus centenares de discos de música clásica –esa gran pasión- y lo que sentía al disfrutar un concierto en las grandes salas, en apoyar a cantantes como Marcelo Alvarez y a atletas de todo nivel. Porque su casa era la casa de todos, porque en su espíritu de ayuda y de emprendedor entraban todos, porque no había distinciones culturales, sociales ni políticas. Vivió con aquellas pasiones (la argentinidad, la cultura y el atletismo) hasta sus últimos días, y nunca las olvidaremos. Fue un amigo de todos y mucho más. Pedro había nacido el 2 de agosto de 1936… Pasarán estos días de dolor y quedará el recuerdo de un personaje único, del que le ofrendó al atletismo argentino algunos de sus momentos más brillantes.
En la imagen: Pedro junto a sus grandes amigos en Miami (el matrimonio del ex campeón nacional de salto en alto José Dalmastro y Ana María Contenti, y la mejor velocista argentina de la historia, Beatriz Allocco con su esposo Pablo Barreiro)