Durante esta semana, dos de los mejores lanzadores de bala en el historial sudamericano -el argentino Germán Lauro y el brasileño Darlan Romani, ambos finalistas olímpicos- están animando la serie de Grand Pix, en la pista del CENARD. Y también estaba semana, acaba de fallecer en su natal Elgin (Illinois, EE.UU.) el lanzador estadounidense Brian Oldfield, a los 71 años. Justamente Oldfield fue autor de una página inolvidable en nuestros escenarios.
Esto ocurrió en octubre de 1980, cuando el CENARD acababa de inaugurarse -era la primera pista de material sintético en la Argentina, un sueño largamente postergado- y un grupo de «aventureros» (Tito Steiner, Walter Ditsch, Pedro Cáccamo) consiguieron organizar el más grande torneo internacional en nuestra historia. Vinieron numerosos campeones olímpicos, panamericanos y sudamericanos, con nombres que figuran entre lo más grande del atletismo mundial como Edwin Moses (que prolongó aquí a 57 triunfos consecutivos su increíble racha en los 400 metros vallas), la italiana Sara Simeoni (flamante campeona olímpica del salto en alto) o el discóbolo estadounidense Al Oerter (el primer hombre en la historia que ganó una misma prueba en cuatro ediciones consecutivas de los Juegos Olímpicos, algo que sólo pudo emular Carl Lewis en salto en largo).
En ese grupo de estrellas también se encontraba Brian Oldfield quien, finalmente, por sus 21.15 metros en lanzamiento de bala -casi increíbles para ver eso en aquella época en la Argentina- se llevó la Copa Clarín, que se otorgaba a la mejor actuación del torneo, denominado «Cuarto Centenario de la Ciudad de Buenos Aires».
Oldfield queda en la historia atlética no sólo por sus marcas y sus actuaciones, sino por su irreverente personalidad, era un verdadero showman. Hay que imaginar las caras de asombro de los espectadores -y millones de televidentes- cuando se puso a fumar en medio de la final olímpica del lanzamiento de bala, en los Juegos de Munich (1972). También incursionó en espectáculos extraños, anticipos de los reality shows tan comunes en nuestros días, alternaba con la lucha libre y el boxeo, y llegó a ser sparring del propio Muhammad Ali. También fue un innovador en su especialidad, al desarrollar el estilo giratorio, algo que resultaba insólito en su momento para la prueba de bala.
Oldfield había crecido atléticamente en la East Tennessee State University. Y dio el gran golpe al llegar a los citados Juegos de Munich: durante los «Trials» de Estados Unidos -que clasifican automáticamente a los tres primeros de cada prueba- Oldfield ingresó en el codiciado grupo, dejando afuera a Brian Matson, quien poseía la marca mundial con 21.78. En Munich, donde se impuso el polaco Wladislaw Komar, Oldfield terminó sexto.
Posteriormente, formó parte de la «troupe» que lanzó el primer circuito profesional del atletismo (International Athletics) y por eso permaneció al margen de las competiciones oficiales hasta fines de los 70. Consiguió su mejor registro de 22,86 metros el 10 de mayo de 1976 en El Paso, Texas, y esa marca -casi inaccesible para los lanzadores de hoy- lo ubica cuarto en el ránking mundial de todos los tiempos.
Ya reincorporado a las pruebas oficiales, y a medida que el profesionalismo comenzaba a ser aceptado, intentó clasificar nuevamente para los Juegos en 1980 y 1988, pero no lo consiguió. Y decidió su retiro.
Para nosotros queda aquel paso del 80, con su espectáculo y con una marca que -en nuestros escenarios- aún permanece inigualada.