Por Eugenia Mastri – Diario La Voz del Interior (Córdoba)
Andrea Ávila tiene una convicción. “Jesús me fue guiando en algunas cosas, haciéndomela fácil en algún punto, como el saber que nací para ser atleta”, plantea. Y basada en esa premisa, a la exatleta cordobesa le cuesta encontrar cuál fue su día “D”, ese que marcó su carrera.
Es que hay muchos momentos que atesora la saltadora que fue a cuatro mundiales y a los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 y Sydney 2000, entre otros grandes logros que la sitúan como una de las mejores de la historia argentina. Aún mantiene los topes nacionales de salto en largo y salto triple.
Un sonido de agua que cae sirve de telón de fondo para la charla que se desarrolla en su consultorio de quiropraxia en su Villa Carlos Paz natal. Y le da un contexto relajado al encuentro, que alcanza sus puntos altos en el recuerdo vívido de Andrea del momento del salto (“Sentir que volás mientras estás en el aire… qué lindo era eso”) y en la emoción que exhibe cuando habla de las medallas ganadas en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995.
“Los Panamericanos en Mar del Plata-Argentina fueron algo muy lindo. Hermoso. Es un momento que no olvido más”, sentencia. No quedan dudas. Ese torneo, en el que ganó la medalla de plata en salto en largo y la de bronce en salto triple es su día “D”.
Andrea valora muchos momentos de su carrera. Y no duda en admitir que volvería a hacer todo tal cual lo hizo. Porque ahora, a los 49 años, sigue disfrutando de todo lo que le dio el deporte. A todo lo recuerda con una sonrisa.
O cuando en 1990 se instauró la prueba de salto triple para mujeres, “justo” cuando ella “estaba en el momento exacto para poder hacer eso”.
El oro con récord sudamericano de salto en largo en el Campeonato Sudamericano de Atletismo de Lima 1993 es otro hito en su carrera. “Fue uno de esos días inspirados, en los que fluís y te sale la marca de tu vida. Ese día hice 13,91 metros y fue la mejor marca técnica de todo el torneo. Por eso nos fuimos con todo el equipo argentino a una isla a Portugal. Fuimos a un hotel 5 estrellas que tenía pista sintética, y acá no teníamos ni la pista de tierra. Esos contrastes, en estos deportes amateurs, son muy notables. Eso hace que seas todo terreno y te adaptes a cualquier casa. Pero también te hace pensar hasta dónde podés llegar si no te faltan todas las cosas que faltan”.
¿Otro candidato a transformarse en su día “D? Sí. “Una lesión cuando era chicona” que la llevó desde un médico que le sugirió no hacer más atletismo a un quiropráctico que la ayudó a recuperarse y le marcó el camino. “Cuando empecé a experimentar lo que la quiropraxia hacía en mí supe que eso iba a ser cuando fuera grande”, dice sentada en el escritorio de su consultorio, por donde hoy pasan grandes deportistas y compañeros de fajina en aquellos años de esplendor.
Feliz en “la Feliz”
Una joven Andrea de 25 años dejó Villa Carlos Paz y partió rumbo a Mar del Plata con la convicción de que se subiría al podio de los Juegos Panamericanos.
“Ahí me di cuenta lo que es cuando tenés algo claro en tu mente: no importa más nada… ni los rivales, ni el entorno. Yo sabía que iba a sacar las medallas. Era más fuerte que yo”, recuerda.
Lo sabía Andrea y lo sabían todos. La cordobesa era la chica del momento. Había hecho dos comerciales para la marca de desodorantes que la auspiciaba, fue quien recibió la antorcha panamericana en el Cenard y también quien habló en el estadio en la inauguración de los Juegos.
“Me tocaba hacer de todo. Hasta me tocó ir a plantar un árbol con (Carlos) Ruckauf (vicepresidente de la Nación)”, recuerda entre risas.
A ella, ser la candidata le “generaba una presión buena”.
En las tribunas estaban su mamá, su hermana y “un montón de gente conocida”. Desde Carlos Paz la gente le mandaba telegramas… “Era toda una revolución. Yo estaba en ‘el’ momento”, dice.
Y así, con esa confianza de sentirse “bien preparada, bien mentalmente”, se trasladó en auto con su entrenador (Oscar Veit) desde la Villa Panamericana montada en el complejo de Chapadmalal hasta el estadio marplatense. Llegó con antelación, “como siempre”, para que ningún imprevisto la sacara de eje. Visualizó esa pista en la que se había entrenado desde hacía varios días y trató de verse “dentro de una pirámide donde no influyera el contexto”.
“A esos Juegos –dice– vinieron las mejores. Pero yo no pensaba en eso. A mis mejores marcas las logré cuando estaba mejor conmigo, no cuando pensaba que me enfrentaba a alguien. Si estás en tu eje, seguro que lográs lo que querés. Estás para eso y nada más. Y fluye, y sale, y nada te desvía. Son momentitos en los que lográs conectar con lo que buscás, o desconectar con el resto. No sé cómo decirlo. Estás en el presente y al estar ahí no se vienen los pensamientos negativos. Y sucede… Pero tenés que estar entrenada”.
Y sucedió. Andrea se subió primero al podio del salto triple (bronce) y después al de largo (plata), y cortó una sequía de 32 años sin medallas femeninas para el atletismo argentino en unos Juegos Panamericanos. Y vivió “la emoción de subirse al podio y ver la Bandera argentina”. Y después se encontró “con todas las notas y la repercusión… todo fue hermoso”.
“Ese torneo es de las cosas que te quedan marcadas a fuego. No sólo por el hecho de sacar las medallas, sino por todo lo que se movió alrededor”.
Cuando llegó a Carlos Paz la esperaban con el camión de los bomberos para pasearla por toda la ciudad. La gente la aplaudía, la saludaba, ella quería saltar de ahí y darles un abrazo a todos. Pero ya no era momento para saltos. Los que valieron los había dado días antes en Mar del Plata y fueron inolvidables para ella.