Por LUIS VINKER
En estos meses penosos, con el drama por la pandemia que atraviesa el mundo y con la actividad deportiva suspendida, tal vez nos vendría bien recordar algunos momentos más gratos. Y que han permanecido en el recuerdo, aunque no los vivieron nuestras generaciones. Por ejemplo, en pocos días se cumplirá el primer siglo del debut argentino en el Campeonato Sudamericano de Atletismo, cuya segunda edición se disputó entre el 23 y 25 de abril de 1920 en Santiago de Chile.
Fue uno de los tantos hitos en aquellos tiempos fundacionales del atletismo como actividad federada y que tan detalladamente nos ha retratado Rubén Aguilera en su obra imperdible y de reciente segunda edición (“Orígenes del atletismo argentino”). Ya en 1910, con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, Buenos Aires había organizado un torneo internacional, que contó –entre otros- con una estrella olímpica como el italiano Dorando Pietri. Y ocho años después, también la capital argentina (en los escenarios de Ferro Carril Oeste y el Sport Club Germania) había celebrado el “Torneo Iniciación”, como un envión hacia los Sudamericanos. Fue entre el 25 y 27 de mayo, cuando también allí se creó la Confederación Sudamericana de Atletismo con directivos de Chile, Uruguay y locales.
Pero el primer Campeonato Sudamericano oficial tuvo lugar en Montevideo, en 1919, sólo con chilenos y uruguayos, ya que la Argentina aún no había constituido su organización federativa, algo que recién se concretó el 4 de julio de ese año con la fundación de la Federación Atlética Argentina, hoy conocida como Federación Metropolitana.
El 7 de marzo de 1920, la F.A.A. se afilió a la Sudamericana y estuvo lista con un equipo para la edición II del campeonato, que organizó Chile en el marco de unas “Olimpiadas Deportivas” y cuyas competencias atléticas se desarrollaron en los Campos de Sports Nuñoa, terrenos donados por un benefactor: José Domingo Cañas. Nuñoa fue un centro vital del deporte chileno por aquella década, albergando también el Sudamericano de Fútbol de 1926, otro Sudamericano atlético en 1927 y la primera final del profesionalismo del fútbol chileno entre Magallanes y Colo Colo a principios de los 30. Aquellos terrenos deportivos fueron demolidos posteriormente, al levantarse el Estadio Nacional de Santiago, sede de los grandes acontecimientos de ese país desde entonces.
El equipo local reunió 61 puntos para encabezar la clasificación de ese Campeonato Sudamericano, seguido por Uruguay con 45 y la Argentina, en su debut, con 24.
Pero el equipo argentino cosechó cinco triunfos individuales (Chile logró 10, Uruguay 6) y uno de ellos correspondió a Enrique Thompson sobre 800 metros llanos con 2m.06s.2. Thompson, posteriormente, sería uno de los integrantes de nuestra primera delegación olímpica en París (1924), cuando logró el 13° puesto del decathlon y también intervino en una serie de los 400 metros con vallas. Otro argentino que también llegaría desde ese Sudamericano hasta una cita olímpica fue Otto Dietsch, tercero sobre 110 metros con vallas y que integró el relevo corto en los Juegos parisinos.
Las hazañas de Thompson fueron reflejadas por el historiador de su Hernandarias natal, Francisco Roig. Nacido el 25 de diciembre de 1897 en esa localidad entrerriana, comenzó como nadador en Paraná, donde cursó sus estudios secundarios. Luego se trasladó a Buenos Aires y representó al Club Universitario, tanto en atletismo como en natación y waterpolo. Fue el abanderado de nuestra primera delegación olímpica en París y, lamentablemente, murió muy joven en 1928, víctima del tifus. Se había casado poco antes con Tyne Gil Terán, tucumana, y ella se ocupó de llevar sus restos hasta su provincia. “Freddy”, uno de los hermanos de Enrique, también se destacó en natación y José, otro de ellos, fue un defensor de Estudiantes de La Plata en los primeros tiempos del fútbol profesional. Medio siglo atrás, en Hernandarias, se fundó el Club Náutico “Quique” Thompson, que organizó las primeras ediciones de un clásico de natación en aguas abiertas: la Hernandarias-Paraná.
Volviendo al atletismo, la prueba de salto en alto tenía dos variantes: con impulso (tal como se la conoce hasta nuestros días, y fue ganada en el Sudamericano por el chileno Hernán Orrego con 1,76 m) y sin impulso. En esta se impuso el argentino Juan Moliné (1,44 m.), un atleta cuyo nombre aparecía el año anterior entre los fundadores de la F.A.A. en representación del Centro de Ingenieros. Los otros triunfos argentinos correspondieron al mediofondista Angel Entrecasa en los 1.500 metros llanos con 4m23s2 y a dos lanzadores: Benigno Rodríguez Jurado (un hombre que también brillaría en el rugby y en la difusión de la cultura física) con 11.06 m. en bala y Jorge Llobet-Cullen, con 35.28 m. en disco.
Varios de los atletas que habían brillado un año antes en Montevideo, volvieron a hacerlo en la capital chilena. Por ejemplo, el sprinter uruguayo Isabelino Gradin, quien retuvo sus títulos de 200 metros con 22s.4 y 400 con 54s.0, además de integrar la posta campeona en 4×400. Y también repitieron sus triunfos el chileno Harold Rosenquist en los 110 metros vallas con 16s4, su compatriota Arturo Medina en jabalina con 49,49 m. y el uruguayo Leonardo Di Lucca con 34,14 m. en martillo.
Medina, junto al fondista Juan de Dios Jorquera, participaron meses después en los Juegos Olímpicos de Amberes. Medina quedó en la clasificación de jabalina, mientras Jorquera ocupaba el 33° lugar del maratón con 3h17m47s.
Dos años antes, Jorquera había ganado el maratón del citado Torneo Iniciación en Buenos Aires, con 3h28m04s para un trayecto de poco más de 40 kilómetros: a su regreso a Santiago fue recibido como un héroe nacional, con más de 10 mil personas en la estación y los máximos honores del gobierno de la época. En el Sudamericano dominó los 5.000 llanos con 16m11s6 y los 10 mil metros con 33m13s6, mientras asomaba un joven que enseguida alcanzaría la gloria olímpica, Manuel de Jesús Plaza (subcampeón en 10 mil, bronce en 5.000). Plaza, después de su sexto lugar en el maratón de los Juegos de París (1924), fue subcampeón en Amsterdam 1928, la mayor hazaña –junto a la de Marlene Ahrens en jabalina de Melbourne (1956)- de un atleta chileno en el historial olímpico…
Entre los vencedores en Santiago también tenemos que mencionar al triplista Adolfo Walter Reccius, oriundo de Valdivia y que marcó 13.39 metros. Quince años más tarde, su hermano Hans Werner, otra leyenda del deporte chileno, consiguió el mismo título y su pase a los Juegos Olímpicos de Berlín: falleció hace poco, en 2011, a los cien años de edad.
También entre los locales descollaron el velocista Marcelo Uranga (ganó los 100 metros con 10s8), Ricardo Muller (vencedor del salto en largo con 6,52 m.) y Rosenquist, quien además del ya citado triunfo en 110, logró los 200 metros vallas -prueba que hoy no figura en el programa del Campeoanto- al marcar 26s2. En esta especialidad aventajó al uruguayo Mazzali, esa verdadera leyenda del deporte de su país. Así como Isabelino Gradin combinaba sus dotes de sprinter en las pistas atléticas con su habilidad y poder de gol en los campeonatos de fútbol (para Peñarol), Mazzali fue el gran arquero de la Selección oriental, medalla de oro del fútbol olímpico en París y Amsterdam. Un verdadero superdotado, también fue campeón de básquet en las ligas locales. Y solo un raro episodio en vísperas del Mundial del 30 –lo sancionaron por haber abandonado presuntamente la concentración con una amiga- lo privó de la mayor gloria futbolística.
La familia atlética sudamericana se reencontró en 1922 para los llamados “Juegos Latinoamericanos” en Rio de Janeiro, incorporando allí al atletismo de Brasil. Aunque la formalidad de un siglo atrás marcó al Sudamericano organizado por la Argentina (San Isidro, 1924) como el tercero, lo cierto es que –hace poco tiempo- una decisión de Consudatle también ha designado los eventos de Rio 1922 como “Campeonato Sudamericano”. Y allí, en la pista de Fluminense, volverían a brillar Gradín, Plaza y tantos más…
A casi un siglo de aquellos sucesos, bien vale el recuerdo para nuestros primeros héroes atléticos de la región, para los precursores de nuestro deporte.
EN LA FOTO: Enrique Thompson, portada de «El Gráfico»