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Juan Ignacio Cerra, el gladiador

13/07/2020

Entrevista de JULIO M. CANTERO / Airedesantafe.com.ar

Desde muy pequeño le gustaban las motos y los aviones –hasta llegó a pensar en convertirse en piloto de caza– pero, con el correr de los años, se volcó a la práctica de una disciplina atlética individual que es sinónimo de muy duro esfuerzo, sacrificio, dedicación y constancia. Y tal era su compenetración a la hora de competir, que nunca oyó a las decenas de miles de espectadores que colmaban cualquier estadio donde estaba a punto de lanzar un implemento de 7,260 kilos, que se convirtió en su fiel compañero durante casi tres décadas.

A poco de ingresar en su adolescencia comenzó a competir y, los resultados iniciales, no fueron los esperados. Hasta pensó en abandonar el camino emprendido, pero no tiró la toalla. Merced a su amor propio, las marcas mejoraron una y otra vez y, así, llegó el oro en el Sudamericano de Menores de Santiago de Chile (1992), y los de la categoría Junior en Puerto La Cruz, Venezuela (1993); Santa Fe (1994), y Santiago de Chile (1995).

Juan Manuel Cerra y una pista de lanzamiento de la que se enamoró desde la escuela secundaria.

Juan Manuel Cerra y una pista de lanzamiento de la que se enamoró desde la escuela secundaria.Maiquel Torcatt / Aire Digital

Y, cuando todo indicaba que su martillo no conocería límites, un grave accidente con su moto puso en serio riesgo la continuidad de su carrera. Pero volvió demostrar que estaba hecho de muy buena madera, y que nada –por más difícil que fuera la exigencia– le impediría alcanzar las metas que se trazó. Sus enormes deseos de superación lo llevaron a convertirse en el máximo lanzador de martillo de nuestra historia, y uno de los más reconocidos en el continente: fue campeón nacional ¡16 veces!, y nueve a nivel sudamericano.

También se coronó en los Iberoamericanos de Río de Janeiro 2000, Huelva, España (2004), Ponce, Puerto Rico (2006), e Iquique, Chile (2008) y, desde que el 25 de julio de 2001 registrara 76,42 metros en Trieste, Italia –la mejor marca de su trayectoria–, es el dueño del récord argentino absoluto. También lo fue a nivel subcontinental hasta junio de 2016, cuando el brasileño Wagner Domingos tiró 78,63 metros en Eslovenia.

Este profesor nacional de educación física –Premio Konex al Mérito 2010– es uno de los grandes embajadores del deporte santafesino y, tras su retiro en 2015, a los 43 años vuelca su riquísima experiencia en los jóvenes que aspiran a seguir el camino que él marcó. Es Juan Ignacio Cerra quien, en exclusiva con Aire Digital, repasó los hitos que lo convirtieron en referencia ineludible de las disciplinas de alto rendimiento.

Así empezó todo

Juan Ignacio Cerra nació en la ciudad de Santa Fe el sábado 16 de octubre de 1976. Hijo de Juan –oriundo de Catanzaro, Calabria– y Beatriz, tiene dos hermanos: Fabricio, el mayor de los tres, y Lucas, el menor. Por parte de su padre, obtuvo la ciudadanía italiana y, aunque años después le ofrecerían representar a la patria de sus ancestros, el Zurdo eligió hacerlo por la tierra en la que vino al mundo.

Acá en Santa Fe no es tan habitual que un chico se vuelque al atletismo, y sí lo haga hacia el fútbol o el básquet, por ejemplo. El caso es que en la mayor parte de mi niñez hice deportes individuales, y no atletismo. Y todo comenzó cuando ingresé en la secundaria, en la Escuela Industrial Superior, en la clase de Educación Física. Fuimos al Campo Universitario, en Don Bosco, donde se hacían diferentes pruebas. Por ejemplo, preguntaban ¿«quién juega en la Liga (Santafesina) al fútbol?», y ya se armaba el equipo de fútbol; lo mismo con el básquet, y así y, a los que quedábamos, nos iban haciendo distintas pruebas para ver en dónde nos tocaba. Después de esto, como clase de Educación Física a mí me quedó atletismo; el profesor era Guillermo Chiaraviglio (NdeR: histórico ex atleta y entrenador santafesino, padre de Germán, Guillermo, Jr., y Valeria, y que falleció el pasado domingo 15 de marzo) y, al principio, no me gustaba nada. Pero como siempre digo, no me quedaba otra para aprobar la materia. Eran tiempos donde llevarse una materia no estaba bien…”, rememoró Cerra.

Juan Ignacio Cerra contó su historia al periodista Julio Cantero.

Juan Ignacio Cerra contó su historia al periodista Julio Cantero.Maiquel Torcatt / Aire Digital

Y continuó con su relato. “Al principio me iban a poner en pruebas combinadas, y después Guillermo me pasó a los lanzamientos que, inicialmente, tampoco me gustaban. Pero empecé a ir más veces, y a conformar el grupo de amigos de la clase de Educación Física… Después ya vino algún torneíto, siempre en el campo Universitario y, más adelante, ya pasamos a las competencias en el CARD (Centro de Alto Rendimiento Deportivo “Pedro Candioti”) con los intercolegiales… Y una cosa llevó a la otra, y esto me fue atrapando de a poco. Sin que me diera cuenta, cada vez me fue gustando más y, después, fui descubriendo los lanzamientos: de bala, jabalina, después pasé al disco y, por último, conocí el martillo, que fue el que más me gustó de todos, y con el que me quedé. Así seguí, hasta que se transformó en mi forma de vida”, resaltó.

Elegí al martillo –siguió contando– sobre los otros implementos que se lanzan tras una competencia que se realizó en el CARD. Los que lanzábamos martillo solo sabíamos hacerlo de voleo, que es la primera parte del procedimiento, y el final. Pero el que ganó era más chico que nosotros, ya que físicamente éramos más grandes pero, con su técnica de giros y vueltas, nos ganó a todos, y por mucho. Eso me llamó la atención, y me preguntaba «¿cómo puede ser que alguien más chico nos haya ganado a nosotros que, en teoría, éramos más grandes y fuertes?» Me puse a pensar en mi casa, y tratar de copiar eso que le había visto hacer a ese chico, algo que no conocíamos… Era otros tiempos, donde no había Internet, o nada por el estilo, y era todo nuevo. Recuerdo que practiqué y practiqué en mi casa y, en la clase siguiente de Educación Física, fui y busqué un martillo por mi cuenta, me paré en el medio de la cancha de fútbol, por si el tiro salía para cualquier lado (se ríe), e intenté hacer las vueltas. Unos amigos me contaron que Guillermo se preguntaba «¿qué va a hacer este loco?», y lancé. Entonces, Guillermo se vino corriendo a donde yo estaba, y se quedó toda la clase exclusivamente conmigo. No le dio más bolilla a ningún otro (se ríe), nos quedamos después de hora, y ahí arrancamos juntos lo que sería mi carrera en el lanzamiento de martillo”, recordó.

Juan Ignacio Cerra en las instalaciones del Card de la ciudad de Santa Fe.

Juan Ignacio Cerra en las instalaciones del Card de la ciudad de Santa Fe.Maiquel Torcatt / Aire Digital

Al proseguir, dijo: “Estuve muchísimos años con Guillermo. Después me fui a Buenos Aires a estudiar; luego a Italia, donde entrené con Gino Brichese, un señor grande, que era el encargado de lanzamiento de martillo de ese país, que tenía muchísima experiencia en el tema y, gracias a ese aprendizaje que tuve afuera, logré mis mejores marcas”.

Juan detalló sus inicios. “En el primer Nacional que fui, un encuentro de Infantiles, en Posadas, Misiones, salí último, con todos mis lanzamientos nulos. Al año siguiente, como Menor, en mi segundo Nacional, en Córdoba, al que ya llegaba con buenas marcas, para estar peleando (por la victoria), pero también salí lejos. Recuerdo que volví a mi casa, lloré un montón, porque sentía que podía haberlo hecho mejor, y me dije «lo voy a intentar un año más». Para ello, al año siguiente debía entrenar más fuerte que en este, y ver qué pasaba. Tenía 15 años, para 16. Si en el Nacional del año siguiente no lograba lo que quería, directamente me retiraría. Y, al año siguiente, gané, y con récords nacional y sudamericano incluidos”, indicó Cerra.

“Después de eso, fui a mi primer Sudamericano y, lo anecdótico, fue que no conocía Buenos Aires, y fuimos a Chile. Es decir, conocí otro país antes que la capital del mío. Igual, esta experiencia en el exterior hizo que la actividad me gustara cada vez más”.

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Juan cursó el Profesorado Nacional de Educación Física en el Instituto Superior de Educación Física Nº 1 «Dr. Enrique Romero Brest», ubicado en el predio contiguo al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), en el barrio de Núñez, en la Capital Federal. “Mi hermano mayor, Fabricio, había estudiado acá, en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF) Nº 27 «Prof. César S. Vásquez» pero, además de estudiar, yo quería seguir compitiendo. Hacerlo en Santa Fe resultaba más complicado, porque veía que él tenía una hora de natación en un lugar, horas sandwich y, luego, otra materia, pero en otro sitio, lo que le ocupaba todo el día. Por eso me fui a Buenos Aires, porque estaba la posibilidad del cursado nocturno, para la gente que entrenaba y trabajaba. Entonces, yo podía entrenarme en doble turno, de mañana y de tarde y, después, me iba a cursar. Esto hice durante cuatro años, y me recibí de Maestro, que me permitía enseñar Educación Física en el nivel primario. Pero me quedó una materia por rendir y, tras el accidente que tuve con una moto, a la carrera la terminé acá”, contó.

De la prueba más dura, a la mayor alegría

Desde chico, también me gustaban las motos –prosiguió Cerra–, y eso que a nadie en mi familia le gustaban, sobre todo las grandes, ni las de carrera, o las de motocross. Recuerdo que siendo muy chiquito vi una Harley-Davidson, me gustó, y dije «algún día voy a tener una de esas». Ese fue mi sueño desde los 5 o 6 años, el de tener una moto así”.

Esta pasión de Juan por las motos de alta cilindrada tendría un capítulo dramático ya que, a principios de 2002, sufrió un muy grave accidente en el cual, si bien salvó su vida, su carrera estuvo cerca de llegar a su fin. Fue una verdadera prueba de carácter, amén de las cirugías y rehabilitación que debió realizar, donde debió apelar a su espíritu de lucha y alimentar a diario su fuego interior para sortear el enorme obstáculo que el destino había puesto en su camino.

El accidente –continuó– fue a tres cuadras del CARD. En esa época, estaba con la construcción de mi casa, con una cosa, con otra, y con muchas más en mi cabeza… Un día llegaba tarde al trabajo, venía rápido, pensando en otras cosas, y choqué con un auto. Era la época en la que estábamos haciendo la pretemporada, me sentía muy bien por el trabajo que estábamos haciendo, y estaba por rendir la materia que me había quedado de Buenos Aires. Mi rodilla derecha quedó muy lastimada, incluso los médicos me dijeron que la cosa estaba complicada… Me operaron, comencé con la rehabilitación, y pensaba mucho en todo lo que había pasado, y lo que podría pasar. En un momento, hasta pensé en que mi carrera se podía terminar… Había que volver a caminar y, aparte, el dolor siempre estaba presente. Aunque diera ventajas en lo físico en el nivel de alto rendimiento donde lanzaría, porque hasta aprendés a convivir con varios dolores, yo quería volver (a competir) a toda costa pero, entre la operación y la rehabilitación, estuve más de seis meses parado. Recién a fin de ese año pude volver a entrenarme, y participé de dos certámenes. Pasar por todo esto fue una prueba muy dura, sin dudas”, recalcó.

Juan Ignacio Cerra en el estadio Telmex durante los Juegos Panamericanos de Guadalajara en 2011.

Juan Ignacio Cerra en el estadio Telmex durante los Juegos Panamericanos de Guadalajara en 2011.

Luego, dijo: “En ese 2002, yo llevaba anotado lo que iba haciendo en todos los años y, mi mejor marca, había sido la de 2001. La pretemporada que estaba realizando hasta que sufrí el accidente, no se comparaba en nada con lo que había hecho, porque los resultados eran superiores a años anteriores, ya que había mejorado los lanzamientos. Claramente, apuntaba a estar mucho más alto. De hecho, nunca más pude volver a lograr el rendimiento que estaba alcanzando en ese verano pero, de todos modos, el esfuerzo se vio premiado con el oro en (los Juegos Panamericanos de) Santo Domingo al año siguiente, y al que considero el mayor logro de mi trayectoria deportiva”, enfatizó.

Y abundó: “¿Y qué me alimentó para salir de esta situación y seguir? Ansias de revancha, ganas de volver, y hasta enojo, porque sabía en las buenas condiciones en las que estaba, en pleno crecimiento, y justo me pasó esto. Por eso, a Santo Domingo fui con una mentalidad positiva y, mi idea, era ganar la prueba. Obviamente, nunca se sabe qué puede pasar, y más porque estaban los estadounidenses, los cubanos, todos rivales muy fuertes. Y es más, en 1999, al bajarme del podio tras lograr el bronce en (los Panamericanos de) Winnipeg, Canadá (NdeR: con una marca de 70,68 metros), me dije «no sé cómo, pero dentro de cuatro años tengo que ganar el oro». En ese entonces, era un objetivo a largo plazo que uno se planteaba. Durante cuatro años, trabajás pensando en ese objetivo. En 2003 también me había entrenado en Italia. Me fui sintiendo cada vez mejor, y superando mis marcas, hasta llegar al oro en los Panamericanos”, resumió.

Juan Ignacio cerra en el estadio olímpico durante los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012.

Juan Ignacio cerra en el estadio olímpico durante los Juegos Olímpicos de Londres, en 2012.

El viernes 8 de agosto de 2003, Juan hizo historia en el estadio olímpico Juan Pablo Duarte de Santo Domingo ya que, después de 40 años, un argentino lograba un oro panamericano en una prueba de atletismo, algo que no se alcanzaba desde los Juegos de San Pablo 1963, cuando el capitalino Juan Carlos Dyrzka se impuso en los 400 metros con vallas y, el bonaerense Osvaldo Suárez, en los 5.000 metros.

Y no la tuvo fácil porque, hasta el final, luchó mano a mano con el estadounidense James Parker. El atleta santafesino, por entonces de 26 años, se coronó con una marca de 75,53 metros en su último lanzamiento y, el norteamericano, lo escoltó con un tiro de 74,35 metros. Todo lo que había sufrido para llegar hasta allí tras su serio accidente, era cosa del pasado. El oro era suyo, y, la vida, le dio la revancha que se merecía.

Y Juan confesó: “Mentalmente, fue como que ahí se terminó mi carrera deportiva. Fue como decir «hasta acá», y preguntarme «cumplí mi objetivo, ¿y ahora qué?» Otras cosas me quedaban grandes, porque no tenía como objetivo lograr una medalla olímpica, o una mundial. Era consciente de que esto estaba fuera de mi alcance, y que lo más importante que iba a lograr, era el oro panamericano que acababa de ganar. Después de esto, fue como «perder» el hambre que tenía. Desde que era Juvenil, me iba poniendo objetivos en mi carrera y, a medida que iba subiendo y lográndolos, me planteaba otros, más difíciles. Por eso, el oro panamericano fue lo máximo”, afirmó.

La cosecha de medallas no se detuvo

Tras su título en la República Dominicana, el oriundo de nuestra ciudad siguió compitiendo en el más alto nivel y, alrededor de todo el mundo, enfrentó a los mejores de su especialidad. Además de sus títulos en certámenes Nacionales, Sudamericanos e Iberoamericanos, su presencia en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, Beijing 2008 y Londres 2012 (también había participado en los de Sidney 2000), junto con los Mundiales de París 2003, Helsinki 2005, Berlín 2009 y Daegu 2011 –antes había dado el presente en Sevilla 1999 y Edmonton 2001–, junto con otros Panamericanos (logró un nuevo bronce en los de Río de Janeiro 2007, con un tiro de 72,12 metros), así lo atestiguan.

“Continué haciéndolo porque era lo que me gustaba, y amaba. Disfrutaba el día a día, entrenar, y competir. Y, además de lanzar a nivel nacional y sudamericano, tuve la fortuna de hacerlo en Juegos Olímpicos y Mundiales, que es lo máximo a lo que aspira cualquier deportista amateur”, reseñó.

Juan Ignacio Cerra en el estadio Olímpico durante el Mundial de Atletismo de Berlín, en agosto de 2009.

Juan Ignacio Cerra en el estadio Olímpico durante el Mundial de Atletismo de Berlín, en agosto de 2009.

Y resaltó una experiencia que, a su entender, es absolutamente indescriptible. “Cuando arranqué en esto, con 13 o 14 años, y luego empecé a competir, jamás me imaginé que llegaría a estar en una Villa Olímpica. Y no te digo si, delante tuyo, pasa un Michael Jordan, un Roger Federer o un Lionel Messi. Es muy difícil de explicar con palabras. Hay que vivirlo, y no hay nada por encima de esto. Es único cuando te sentás en el comedor y, por ejemplo, a tu lado hay estrellas de la NBA. A los que mirás por televisión, porque están tan lejos, ahora los tenés al alcance de la mano… Y ni hablar en las ceremonias de Apertura o Clausura. Sobre todo en la Inaugural, se te hace un nudo en la garganta al desfilar con tu bandera. Y, en la de cierre, todos dicen lo mismo: «en el próximo (Juego) tengo que estar». Son momentos únicos”.

Cerra también participó en seis Mundiales, lo que lo convierte en el segundo atleta argentino con más presencias en estos certámenes, detrás de la lanzadora capitalina Jennifer Dahlgren, con siete. “Acá también te medís con los máximos exponentes de tu deporte. Aunque un Juego Olímpico tiene un plus, un extra, donde está lo mejor de lo mejor”, estimó.

Su receta para el éxito

Pero, para llegar tan alto en un deporte de alto rendimiento, el camino no es nada fácil. “¿Y qué le diría a un chico que hoy quiere comenzar a entrenarse y participar en una disciplina olímpica como la mía? Que el trabajo, paga. No hay otro secreto. Es constancia, trabajo, y años de dedicación. También, no desesperarse cuando las cosas no salen. Como dije, en mis dos primeros Nacionales salí último, pero no me rendí, seguí y, años después, se vieron los frutos. Por eso, también es clave la confianza en lo que uno hace. Incluso la fortaleza mental es imprescindible. Aunque estés con tu entrenador, trabajás solo, pasás muchos días solo… Ahora, ya alejado de la actividad, puedo decir «qué locura» (se ríe) porque, para mí, no existían feriados, fines de semana, no existían 40 grados de temperatura, o tres bajo cero, no había salidas con amigos porque tenía que entrenarme, resignaba muchas cosas más, tenía que seguir una dieta… Pasaban días, y días, y días en la pista, con calor, frío o lluvia, pero que no eran motivo para no entrenar y, aunque los resultados no llegaran, había que darle para delante. Y ni hablar de dolores, que vas a tener siempre, porque podés arrastrar lesiones viejas, o sufrir una nueva. Por eso, si cada vez que a un deportista de alto rendimiento le doliera algo, este no entrenaría, no se entrenaría nunca…”, destacó.

Pero fue más allá, y ahondó con su apreciación con respecto a que si un joven que hoy pretende representar al país, está dispuesto a realizar semejantes sacrificios: “Es difícil. Siempre van a aparecer casos individuales, un fenómeno como, por ejemplo, Germán Chiaraviglio. Pero, por más talento que tengas, sin sacrificio no se llega a ningún lado. Tenés que estar dispuesto, por ejemplo, a levantarte a las 4 o las 5 de la mañana, con muchísimo frío, y salir a correr. Y, hoy por hoy, hay más facilidades que antes. Nosotros no teníamos toda la información con la que se cuenta hoy, hasta con tutoriales para entrenar, ni la infraestructura ni los equipamientos actuales. Todo esto facilita los entrenamientos, porque hoy te contactás con extranjeros, e intercambiás información y experiencias. Si están dispuestos a estos sacrificios, que empiecen…”, dijo.

Cerra y la pista de lanzamiento de martillo del Card.

Cerra y la pista de lanzamiento de martillo del Card.Maiquel Torcatt / Aire Digital

“Pero esto no solo pasa acá –agregó–, ya que en varias partes se nota cómo mermó este sacrificio, esa disposición al trabajo y a «sufrir» (se ríe) si se quiere llegar a lo más alto. Hablando con un amigo ruso, me cuenta que con algunos atletas de su país también pasa esto, y les cuesta a la hora de entrenar. No sé si algunos jóvenes de hoy quieren todo fácil pero, con el acceso que tienen a tantas cosas, aunque muchas son distracciones, cuesta inculcarles el «¿para qué?», y encontrar respuestas al «¿para qué hago esto?», «¿para qué me entreno diez horas por día bajo el sol, o con frío?», «¿para qué, para hacer un viaje y competir?» Si bien yo encontré mi «¿para qué?», es difícil hacérselo entender a un joven de hoy. En mi caso, y más allá del objetivo fijado para una competencia, yo disfrutaba de ese «sufrimiento». Por ejemplo, el estar en la ceremonia Inaugural de un Juego Olímpico, te hace olvidar las mil y una que pasaste antes para llegar al mismo. Es una cuestión de actitud mental, aparte del corazón y la garra que le pongas”, opinó.

Cerra ya perdió la cuenta de la cantidad de países, ciudades y culturas que conoció y, a su pasaporte, ya no le quedaron hojas para los visados. “Tuve que hacer otro (se ríe), porque no le entraban más los sellos y no permitían sellar arriba de otros visados”, recordó. Esto es algo que solo me lo dio el deporte, y el atletismo. Si no fuera por esto, me hubiera sido imposible hacerlo por mí mismo y haber conocido los lugares donde estuve”, admitió.

Y, tras haber viajado y competido en tantos destinos, su palabra es totalmente autorizada para evaluar el presente del atletismo nacional, y su comparación con las potencias del deporte mundial. “La mayor diferencia en la formación del atleta de alto rendimiento es la cultura deportiva, y la tradición deportiva. Acá, en la Argentina, sabemos que es el deporte más convocante es el fútbol y, luego, algunas disciplinas de conjunto, como el básquet y el vóley. Pero, para un deporte como el lanzamiento de martillo, es muy difícil que haya una gran cantidad de chicos para practicarlo. Por eso, al ser tan chica la base de la pirámide, es difícil que salgan estos «Messi» de cada deporte. Hablando de números, si la base de tu pirámide es de 200 pibes, o de 1000 pibes, que cada año arrancan con el atletismo y, de ahí, tenés que sacar un «Messi», es diferente a que si en Rusia van 200.000, o en Alemania van 50.000 y, de ahí, tiene que salir uno. Se hace mucho más fácil cuanto más cantidad de chicos están practicando ese deporte y, siempre, va a aparecer algún talento. Viajan detectándolos, y hay mucha cultura deportiva, porque saben de todos los deportes. En Hungría, el lanzamiento de martillo es como un deporte nacional, al igual que en Bielorrusia: en lugar de ir a jugar al fútbol, van a practicar lanzamiento de martillo. En estos países, al igual que en Rusia, Alemania, o Polonia, el atletismo es muy fuerte, y saben no solo de atletismo, sino de distintos deportes olímpicos”, ilustró.

Y, sobre el rol que le cabe al Estado en las tareas de detección y formación de los futuros deportistas de alto rendimiento, señaló: “Es algo muy importante, también. Desde la aparición del ENARD (NdeR: Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo, creado el 2 de diciembre de 2009. Hasta 2017, los recursos se generaron con el cargo del 1 % aplicado a todos los abonos de las empresas de telefonía celular y, desde 2018, el Poder Ejecutivo Nacional incluye en cada proyecto de Ley de Presupuesto el monto anual a transferir al Ente) se incrementó y mejoró mucho el apoyo a los atletas, si lo comparamos a lo que recibían 20 años atrás. Y, en el exterior, te encontrás con países de avanzada que están mucho mejor que nosotros, y, otros, que están igual o peor. Si acá tenés un atleta que, aparte de entrenar, debe trabajar, en algunos países también se da. Además, para que en el país recibas una beca, en algunos casos tenés que haber obtenido medallas en tu disciplina, lo que es una gran presión para el deportista. O sea, si no lográs una medalla, no percibís la beca, y te plantea qué hacer para seguir, o si vas a poder continuar entrenándote el año que viene… Esto se convierte en una carga para el atleta, que debe estar dependiendo de un resultado. El deporte no es una ciencia exacta, porque hay muchos imponderables; este año te puede ir bien y, al siguiente, aunque hayas hecho lo mismo, lo resultados podrían no ser iguales, te podés lesionar…”, razonó.

Su presente, haciendo docencia

Al repasar sus 43 años de vida, no dudó: “Si naciera de nuevo, haría todo de vuelta. Andaría en moto (se ríe), seguramente –en la actualidad, conduce una Harley-Davidson Iron 883–, pero cuidaría más mi cuerpo con el tema de las lesiones, para no terminar tan «roto» como terminé ahora, ya que tengo dolores en las rodillas y la espalda. Esto no me permite hacer una vida «normal», como poder jugar con mis hijos (Marco de 14 años, y Matteo, de 3) de tal manera; y hay algunas cosas que me gustaría hacer, y no puedo, como salir a correr o ir a un gimnasio”, se lamentó.

¿Que si me siento reconocido en la ciudad y en el país por mis logros? No lo sé… En mi caso particular, siempre traté de mantener un perfil bajo, no me gustaban tanto las entrevistas o actividades por el estilo, y les «escapaba», porque no me llamaban mucho la atención. A mí me gustaba entrenar y competir”, afirmó.

Cuando finalice el receso forzoso que impuso la cuarentena debido a la pandemia de coronavirus, Cerra retomará las actividades que realizaba hasta antes de este parate obligatorio: preceptor y profesor de Educación Física de los cadetes del nivel secundario del Liceo Militar General Belgrano, y sus clases en la escuela Almirante Guillermo Brown, ambas de esta capital y, además, en el Instituto Superior Particular “Juan E. Pestalozzi” Nº 4.089 de la ciudad Santo Tomé, donde enseña Atletismo.

Hoy, Cerra es profesor en el Liceo Militar General belgrano y la escuela Almirante brown de Santa Fe. También da clases en el Instituto Pestalozzi de Santo Tomé.

Hoy, Cerra es profesor en el Liceo Militar General belgrano y la escuela Almirante brown de Santa Fe. También da clases en el Instituto Pestalozzi de Santo Tomé.Maiquel Torcatt / Aire Digital

También, Juan desempeña otra muy importante labor. “En el CARD hay escuelitas de Atletismo, cuyos profesores están trabajando muy bien, con chicos de 6 años en adelante, de los niveles primario y secundario. Se busca ampliar la base de la pirámide, buscando futuros lanzadores, corredores, saltadores… Y, dentro del CARD, estoy en el CeMeDeP (Centro de Evaluaciones Médico Deportivas), donde les realizamos evaluaciones a los diferentes deportistas de la provincia. Hay dos, uno en Rosario –que se ubica en el estadio Municipal Jorge Newbery–, que abarca la zona sur provincial, y el de Santa Fe, con la zona centro-norte. Es algo que me gusta mucho, porque me permite seguir relacionado con la actividad deportiva, más precisamente dentro de la pista de atletismo, a la que hace más de 30 años vengo todos los días. Nuestra superiora es la licenciada Claudia Giaccone, la secretaria de Deportes provincial. En el CeMeDep hay médicos, dos kinesiólogos, un traumatólogo, un nutricionista, y es un buen grupo de trabajo, enfocado en los deportistas y sus necesidades. La idea es poder ayudar al deportista y a su entrenador en lo que necesiten como, por ejemplo, un plan nutricional para subir o bajar de peso, o mejorar alguna capacidad física, o técnica. Y hay chicos y chicas en distintos deportes que son muy buenos, y tratamos de que sigan, tengan continuidad en sus entrenamientos, y no abandonen cuando ya estén en una edad donde comiencen a competir, como Juveniles, Juniors o Mayores, y que tengan las herramientas para que puedan seguir practicando sus deportes”, explicó.

El deporte es una forma de vida –prosiguió–, que te puede dar muchísimas cosas positivas, y ojalá que, de alguna manera u otra, todos tuvieran acceso a practicar alguno, y vivenciar lo que te brinda. Todos tenemos alguna cualidad o potencial con el que nos podemos destacar. Por eso, hay un campo muy amplio para trabajar en qué podría llegar a destacarse un chico, y qué podría disfrutar al practicarlo. Quizás un chico que hoy está jugando al fútbol, en el futuro podría ser el campeón nacional en los 100 metros llanos, o en natación… Por ahí, ese chico nunca va a saber si hubiera sido bueno en otra cosa. Por eso, hay que darle las herramientas a cada chico para su desarrollo, y determinar qué le gusta. Quizás practique un deporte que no le gusta, y no se vuelca a otro porque no lo conoce… Esta tarea comienza con los profes de la primaria, para detectarlos ahí, como me pasó a mí: de una clase de Educación Física que no me gustaba, llegué a participar de cuatro Juegos Olímpicos. El deporte es una de las pocas actividades donde llorás por perder, por una lesión que te deja fuera de una competencia, y, también, de alegría por ganar. Llorás vos, y llora tu familia también, y son cosas que te marcan para toda la vida”, concluyó Cerra.