La IAAF ha comunicado, esta semana, la muerte -a los 77 años, en la ciudad de Äanekoski- del gran lanzador de jabalina de Finlandia, Jorma Kinnuen.
Finlandia es «la patria de los lanzadores de jabalina» y, entre fines de los 60 y principios de los 70, Jorma Kinnuen fue uno de los más notables. Logró la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de México, en 1968, y al año siguiente estableció el récord mundial -con las especificaciones de aquella época para el implemento- de 92,70 metros, en Tampere.
También fue el impulsor del «Carnaval de jabalina» en Phitipudas, su ciudad natal, que constituye desde entonces uno de los grandes eventos internacionales de la especialidad y en los que, en tiempos recientes, participó nuestro atleta Braian Toledo.
Kinnuen representó a Finlandia en tres Juegos Olímpicos y obtuvo en nueve oportunidades el título de su país. Durante 15 temporadas, lanzó regularmente sobre los 80 metros.
Su hijo Kimmo heredó sus notables condiciones y fue campeón mundial en Tokio (1991) y subcampeón en Stuttgart (1993). Otro de sus hijos, Jarkko, alcanzó el título europeo.
Kinnuen también estuvo en la Argentina y ofreció uno de los más bellos espectáculos -que se recuerde en nuestros escenarios- para el atletismo de su tiempo. Fue el 28 de octubre de 1973 en la pista del Parque Chacabuco, en el torneo internacional Pierre de Coubertin que organizaba el gran Pedro Cáccamo con el Club Sudamérica. En aquella oportunidad se produjo el duelo entre Kinnuen y uno de sus clásicos rivales, el alemán Klaus Wolferman, quien venía de obtener el título olímpico en Munich (1972). Era casi increíble para nosotros ver disparos sobre los 80 metros, pero sucedió. Y Kinnuen ganó con 80.80, seguido por Wolferman con 76.58. Néstor Pietrobelli, tercero, fue el mejor argentino con 62.80 y poco después consiguió quebrar el legendario récord nacional de Ricardo Heber (Néstor es el padre del también recordman de la especialidad y mundialista, Pablo).